Esto de juntar letras todas las semanas, mal que bien, te suele dar alegrías de vez en cuando. También alguna que otra vez te miran a la cara de forma extraña, pero ¿díganme algo en esta vida que no contraiga algún riesgo, aunque sea mínimo?
Viene ésto a cuento porque de vez en cuando sale algún que otro lector o lectora que me hace comentarios sobre lo escrito la semana anterior, también existen los que te van dando temas para que los tengas en cuenta a la hora de teclear para la nueva columna.
También tenemos a los que quieren que les dediques tal o cual tema, de alguna forma sutil a veces y más directa otras. Todos tenemos nuestro ego y lo queremos elevar, el orgullo henchido que decía el lema de los antiguos soldados de infantería.
Así no ha sido costumbre desde esta columna dedicar temas a no ser por algo personal, alguna amistad a la que agradecer algo o algún conocido al que dar el empujoncito para que siga con su trabajo bien hecho, siempre desde el punto de vista del columnista, lo que no tiene que ser compartido obligatoriamente por los lectores y mucho menos por los detractores, que de todo tiene que haber en la viña del Señor.
Es por eso que ante la negativa que hubo por parte de los dos compañeros de letras a los que ofrecí mi mediación a cambio de una copichuela tras varios cruces de artículos en este mismo periódico, le ofrezco a algún que otro amigo celoso por no haberle dedicado antes unas letras, retomar el ofrecimiento que le hice a los colegas de página del periódico.
Así que amigo Chico si quieres que te nombre en este semanario lo haré, pero a cambio quiero una cerveza fresquita. Eso sí con su tapita correspondiente, no seas rácano.