Es muy gratificante comprobar el cariño y la atención con que me siguen los lectores, ya que, en este breve paréntesis de descanso que me he tomado, algunos incluso me pararon por la calle para preguntarme si me había dado de baja en esto de opinar cada semana. Nada más lejos de la realidad. Lo que pasa es que los finales de año suelen ser fechas propias para echar cuentas, cerrar balances y actualizar tareas que se quedaron atrasadas. Sucede también que hay semanas donde opinar sería contar más de lo mismo, dada la esclerosis que genera la crisis, el paro y la colección de males que amenazan con desplomarse sobre nuestras cabezas. Tan negro lo pintan los augures de la economía mundial, que uno ya no sabe si realmente el año venidero será próspero, -como solemos desear en estas fechas-, porque es difícil imaginar que pueda venir un año peor que el que termina.
Tal vez, en estos días pasados, debería haber hablado de algo tan propio en Navidad como es la familia; de ésa familia –con mayúsculas-, a la que los teólogos del “progressismo” menosprecian como estructura básica de la sociedad (que es tanto como menospreciar la Historia de la Humanidad). ¡Qué sería de nuestro país, si con cuatro millones de parados las familias españolas no fueran el primer y principal instrumento de “solidaridad” social y estuvieran socorriendo a miles de familiares que perdieron su casa o su trabajo por culpa de la crisis! No hay mayor ni mejor institución de solidaridad que la familia, y qué poco la valora nuestro gobierno; el mismo que durante todos estos años ha despilfarrado alegremente el dinero de los contribuyentes subvencionando a “pintorescas” asociaciones, o gratificando generosamente a colectivos culturales de “vanguardia” por su apoyo político. Luego, toca recortar el sueldo a los funcionarios y congelar las pensiones porque no hay dinero, cuando antes no se supo administrar.
Causaba sonrojo oír al presidente del gobierno días atrás reconociendo que aún nos quedan cinco años para salir de la crisis. Pocos se acuerdan ya de aquel Zapatero y sus secuaces que negaban la mayor en el otoño del dos mil siete, cuando estalló la crisis, pero se avecinaban elecciones y había que disimular y mirar para otro lado. Si ahora quedan cinco años será porque antes se perdieron tres hablando de “suaves desaceleraciones” y de infundados pronósticos de mejorías a corto plazo que nunca llegaron, de “brotes verdes” que nunca florecieron y de infantiles comparaciones que situaban a España como la “campeona de la Champions League” de las economías europeas. Jamás un país de la importancia de España estuvo peor gobernado.
Al final, –todo era mentira-, y el mismísimo Zapatero acaba reconociendo que donde “dijo digo, ahora tiene que decir Diego”, o mejor dicho: “Diega”, que resulta más snob y progresista, como si tuviera nostalgia de Bibiana Aído, aquella pintoresca paisana nuestra (mal que nos pese), que llegó de su mano a ser ministra de igualdad; la misma que desde el atril de las Cortes acuñó el término “miembra” y, en vez de reconocer su desliz, se empeñó en ratificarlo, dejando bien a las claras la supina ignorancia con la que llegó a tan alto cargo. Paisana, mal que nos pese, -decía-, porque luego nos quejamos los andaluces de la poca estima que se nos tiene fuera de nuestra tierra y del menosprecio con que se nos trata en el resto de España. Con ejemplos así, Andalucía pierde mucho más que gana.
Estos días también nos dejaron otro ejemplo más de la singular personalidad del presidente Zapatero, quien aludía a su futuro político diciendo: “que ya había decido lo que hará en las próximas elecciones… pero que sólo lo sabe un miembro del gobierno”. Sólo le faltó añadir: “y a ti, no te lo digo. Ea”. Sus declaraciones me hacen dudar seriamente de la madurez de quien lleva las riendas (-esto es mucho decir-) del país. Quien no dudó en manifestarse contra la guerra y ahora tiene destacado en Afganistán al mayor contingente bélico español en el extranjero, quien prometió el pleno empleo, el cheque bebé y la Ley de Dependencia, quien hablaba de “suaves desaceleraciones” y ahora congela las pensiones, y quien deja entrever su retirada de la vida política; lo mismo vuelve a cambiar de opinión y “-donde dijo digo, dice Diega-”, y se le ocurre presentarse otra vez. Ciertamente, todo puede ser peor, o simplemente sólo se trate de una desagradable inocentada. Feliz año a todos, si nos dejan… porque el año que viene es el año de Bin Laden. Dicen.