Opinión

Nuevos políticos para una sociedad más justa (Antonio Sánchez Martín)

Hace semanas, vivimos con angustia el rescate de treinta y tres mineros atrapados a setecientos metros de profundidad en una mina perdida del desierto chileno. La arriesgada operación fue retransmitida por televisiones de todo el mundo que convirtieron nuestro planeta, una vez más, en esa “aldea global” donde todo es posible presenciarlo en tiempo real gracias a los avances de la técnica. Esos mismos medios tecnológicos nos permiten ser optimistas y concebir un futuro mejor para la Humanidad, pero a menudo nos muestran también las carencias e injusticias que aún existen.

Por esa misma prensa, y por la valentía de periodistas y reporteros gráficos que se juegan la vida, conocemos las consecuencias de los desastres naturales, las masacres de los países en guerra, la esclavitud de niños reclutados como mano de obra barata por mafias sin escrúpulos, o la persecución de la libertad de expresión y de disidentes políticos en países donde pensar distinto equivale a ser encarcelado o a perder la vida de un disparo en la nuca.

Aún le queda al mundo mucho camino por recorrer para alcanzar el respeto universal de los Derechos Humanos, una justicia mínimamente imparcial, o un reparto más equitativo de la riqueza. Pensamos que a estas alturas de la Historia ya nada nos puede sorprender, pero se necesita aún mucha utopía para alentar la ilusión y la perseverancia de quienes tienen la oportunidad de cambiar la injusticia y la desigualdad del mundo en que vivimos. Los Obama, los Sarkozys y las Mérkel que dirigen, junto a otros, la Unión Europea o un G-8 como símbolo de la locomotora económica del planeta.

Pero para ello, también es necesario que en nuestra sociedad siga existiendo la noble lucha política entre las “ideologías” que dominan nuestro tiempo, a saber: la social-democracia, y el liberal-conservadurismo (demócratas y republicanos si se mira al otro lado del Atlántico). En realidad, en los países del primer mundo las diferencias entre una política y otra son sutiles, porque en las economías de mercado con altas cotas de bienestar social queda poco margen para apostar por políticas sociales y redistributiva de la riqueza, o, por el contrario, por el puro y duro capitalismo; donde a tantos euros, tanto vales y tanto puedes comprar.

Cuanto más igualitaria sea una sociedad, mayores serán sus índices de felicidad y su productividad, que es tanto como decir su iniciativa, su ímpetu empresarial y su capacidad de innovación; porque la gente, cuando tiene cubiertas necesidades básicas como vivienda, empleo, sanidad y la educación de sus hijos, puede centrar sus esfuerzos en dar lo mejor de sí misma y entregar los frutos de su trabajo a una empresa que remunere justamente su esfuerzo y dedicación.

Por eso me sorprende que en un país como España se permitan despóticos abusos de la clase trabajadora, mientras que la otra clase, la “clase política”, permanece de brazos cruzados, ajena e indiferente. -Trescientos sesenta euros al mes cobra un becario por siete horas de trabajo al día, sin que nadie cotice por él y sin tener derecho a paro o a una baja laboral en caso de enfermedad-. Se da la paradoja, además, de que nuestros gobernantes pertenecen a un partido que dice ser socialista y defensor de los obreros españoles. Es, como si esos “nuevos” socialistas se hubieran rendido al capitalismo más radical, olvidándose de la lucha social y de los derechos de los trabajadores a quienes dicen defender. ¡Qué lejos les queda ya aquella chaqueta de pana que lucía Felipe González como símbolo del proletariado!

A menudo, la prensa económica especializada recuerda la necesidad de incrementar nuestra productividad para crear empleo y salir de la crisis. ¿Alguien piensa que un trabajador en esa situación laboral puede rendir y dar lo mejor de sí mismo y con ello aumentar la productividad de la empresa que le explota? ¿Nadie se pregunta cuánto ha invertido nuestra sociedad en formar a esos jóvenes a los que hoy se contrata como “becarios” bajo la excusa de darles formación y experiencia pero se les abruma con unas condiciones laborales abusivas?

Lo que más me duele, -repito-, es la pasividad y la insultante indiferencia de nuestros políticos, que consienten tanto abuso. Por eso, no debe sorprendernos que, según las encuestas, nuestra “clase política” sea más preocupante para la ciudadanía que un posible atraco al doblar la esquina o el problema de la vivienda. Además, todos los líderes, sin distinción, tanto en el poder como en la oposición, suspenden en la valoración que los ciudadanos hacen de ellos.

Volviendo a la mina, mientras asistía en directo y a ocho mil kilómetros de distancia al rescate de los mineros atrapados, me acordaba de aquel otro minero, Gerardo Iglesias, que fuera líder sindical de Comisiones Obreras y que pasó del sindicato a la política para defender mejor los derechos de la clase trabajadora. Terminada su gestión regresó a la mina, en un gesto digno de elogio y apenas emulado por quienes prueban la vida confortable y bien remunerada de la política.

Miro a mi alrededor y en la propia Ronda veo a esos mismos políticos -de tercera fila-, y a muchos de sus allegados, disfrutando de la apacible tranquilidad que da cobrar del Ayuntamiento a primero de mes, sin enterarse que estamos en crisis y sin necesidad de sudar –literalmente- el pan que se comen. La pregunta es si tanto político y cargo de confianza que ahora retoza en confortables despachos climatizados y que antes se ganaba la vida en “sufridas” profesiones como pintor o albañil en una obra, o pasaban ocho horas al día dentro de la cabina de un parking, volverán a su antiguo empleo cuando termine su vida política o pretenden vivir de ella para siempre, como me temo; porque así nos va.


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