“Bajo la bóveda azul del cielo, los rayos anaranjados de la puesta de Sol a veces nos ofrecen tanta belleza que nos sentimos momentáneamente anonadados y nuestra mirada se queda congelada. El esplendor del momento nos deslumbra de tal modo que nuestras mentes compulsivamente parlanchinas hacen una pausa para evitar distraernos del aquí y ahora. Bañada de esta luz, parece abrirse una puerta a otra realidad que, aunque siempre está presente, raras veces llegamos a percibirla.
Abraham Maslow llamó <experiencias cumbre> a estos momentos álgidos de la vida en los que nos vemos catapultados más allá de los confines de lo mundano y de lo ordinario. También podría haberlas llamado experiencias <de atisbo>. En estos momentos tan expansivos logramos vislumbrar el reino eterno del Ser mismo y, aunque sólo sea por un momento, volvemos a casa, al hogar de nuestro Verdadero Yo.”
Russell E. Dicarlo, autor de Towards a New View, nos habla, así, de una experiencia que, aunque quizá momentáneamente, todos hemos sentido alguna vez a lo largo de nuestra vida. Puede que en una mañana temprana, junto al sol que amanece y tuesta nuestro despertar, puede que junto al mar, dejándonos ensordecer por su rumor constante de olas y espuma, o quizá en una mirada, profunda y auténtica, que habla por sí sola, sin necesidad de articular sonido. Al escuchar un nocturno de Liszt o Chopin, contemplando un paisaje lleno de verde y sierra o de azul y agua, sin pensar, sin adelantar ni retroceder en el tiempo que, inventado, tanto condiciona nuestra realidad. Estar presente, así, se configura como un importante aprendizaje a alcanzar en nuestros días, como un verdadero acceso a la paz y la tranquilidad, algo tan necesario y que, sin embargo, a veces no somos capaces de encontrar en nuestra cotidianeidad, rápida y compulsiva, pensante y atropelladamente oscilante entre el tiempo que ya pasó y el que aun queda por venir, atrapada en la idea de ir más deprisa, en horarios de oficina, colegio y vida. De este modo, a veces cronometramos y planificamos tanto nuestra existencia que vivimos adelantando acontecimientos que nada tienen que ver quizá con el momento actual en el que respiramos, perdiéndonos así su esencia y razón de existir. Por ello, tomémonos un momento, sólo uno. Permitamos que al menos un instante sea solo nuestro y centrémonos en él, en nuestra respiración, en nuestro cuerpo, en la brisa que nos acaricia el rostro, en canturreo del pájaro, posado en la contraventana y sigamos inspirando. Un entrenamiento, un aprendizaje para vivir lo único verdaderamente real que poseemos: el ahora.
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