Hay días en los que resulta imposible esquivar la realidad con la que nos topamos al caer de la cama. Hay días en los que, aunque pretendamos obviarla y guardarla en un cajón, bajo pañuelos y sabanas, mirando después hacia otro lado y dejándonos llevar, no podemos evitar dejar que la verdad, a veces incomoda, se cuele por las rendijas de casa.
Esta mañana mi verdad incomoda es seguir comprobando que vivimos, a pesar de que no nos sintamos identificados u orgullosos de ello, en una sociedad occidental donde el consumismo y la rapidez se han instaurado como principios rectores de nuestra forma de vivir. Al fin y al cabo, equivocadamente parece que somos lo que tenemos, valorando incluso más el hecho de poseer, tener y consecuentemente ser en un espacio de tiempo corto, rápido, sin demoras.
Así, caminamos con un pie detrás del otro, dejándonos llevar por la incercia del camino conocido, del sendero marcado por generaciones pasadas y actuales que nos indican la dirección de la felicidad, la distancia exacta para tropezar con lo que se considera un éxito o un fracaso, lo que hace que pertenezcas a un grupo, lo que significa pertenecer a él, dejando en sus manos incluso el hecho de sentirnos bien. Nos indican la fuerza, el momento y la intensidad precisa con la que dejamos caer el talón al suelo, gris y apisonado. Y nos dejamos hacer. Seguimos caminando, formando parte de una masa que quizá se pregunta poco y continúa enredada en lo que la sociedad nos marca: un buen sueldo, un buen coche que cambiar a los cinco años, terapias antienvejecimiento, las mejores camisas y cuadros para la casa, que como espectadores nos miran cada día, una imagen que proyectar en los demás, como un mensaje lanzado cual carta de presentación, esto llevo, esto tengo, esto soy.
De forma contraria, Abraham Maslow, conocido como uno de los padres y principales defensores de la psicología humanista, nos hablaba de la mano de su tesis central de una pirámide de necesidades que, escalonadamente, iban avanzando en el ser humano para pasar de las básicas o fisiológicas -tal como pueden ser la respiración, la alimentación o el equilibrio físico- hasta llegar a las superiores de reconocimiento y autorrealización, dejando tras ellas las de afiliación (amistad, afecto) y seguridad. Así, cuando hablaba de alcanzar el ultimo escalón de su pirámide lo hacía en términos de moralidad, creatividad, espontaneidad, falta de prejuicios, aceptación de los hechos y resolución de los problemas, hablaba valga la redundancia de la realización personal que jamás va a esconderse tras las puertas de un coche o de un catálogo de moda que intente definir quienes somos. Porque somos lo que hacemos de nosotros.
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