El mes de Septiembre, la “vuelta al cole” para muchos alumnos y otro año más somos conscientes de que en casi todos los países europeos, hoy en día, es muy común encontrarnos con una gran mayoría inmensa de descontentos que se quejan de cómo va la educación. En nuestro país, para remediarlo se hacen cosas por ejemplo, el promulgar y aprobar nuevas leyes sobre dicha cuestión cada tres o cuatro años. ¿Resultados? Ningunos.
Constantemente me encuentro con maestros y educadores cuyas palabras “¿la educación? Se hará lo que se pueda…”, me entristece escuchar cuando de verdad queremos cambiar la situación de la educación que lamentablemente apreciamos y de la que muchos somos partícipes día a día.
Cuando me preguntan sobre las diferentes leyes educativas (LOGSE, LOE, LEA y ahora, la implantación del “Plan Bolonia”), sólo se me ocurre decir que como todo en la vida, tienen sus cosas buenas y sus cosas malas.
Al igual que el escritor y catedrático Fernando Savater, puedo entender que “lo más importante no estriba en que se aplica tal o cual reglamento sino en que se comprenda de manera adecuada la tarea del educador y la de quien a ha de ser educado”. Especialmente, en nuestro sistema educativo español se echa en falta una mayor reflexión sobre los valores que a través de la enseñanza queremos difundir y defender, pero al mismo tiempo sobre el que se deben “exigir” a educandos y educadores para que la educación sea factible.
La sociedad es quien debe hacer el mayor de los esfuerzos porque todo el mundo sea finalmente educador y a nadie se le prive de la preparación que le corresponde, según sus posibles circunstancias. Una educación para todos, universal e íntegra que llegue a todos los lugares. La educación empieza por una mera reflexión sobre lo que merece ser conservado y transmitido de nuestra cultura. Perseguimos en definitiva una educación en la que se adquieran destrezas, se acumulen conocimientos, se despierten inquietudes activas y aprender formas de convivencia diversas.
La reforma educativa que pronto ha conseguido que el nivel cultural de los discentes disminuya, que la mala educación en la vida cotidiana de los centros por desgracia de muchos siga creciendo y, en última instancia, que los profesores estén más deprimidos, desesperados y hartos que nunca. Los defensores de dicha reforma se apuntan un buen tanto al “afirmar” que gracias a ella, se ha conseguido la educación para todos. De todo esto, recuerdo reflexionaba sobre cuestiones afines al sector educativo con compañeros/as de la Universidad en estos días previos al comienzo de las clases, hasta el punto de que muchos coincidimos pensando que de seguir así la educación, nos encontraremos con la más absoluta desaparición de las propias escuelas en no menos de treinta o cuarenta años. Algo realmente preocupante y como de costumbre, soluciones ningunas. Si en vez de avanzar por intentar impartir educación, seguimos impartiendo basura, no es de extrañar que nos sintamos prácticamente “desnudos” y perdidos cuando nos preguntamos cómo van a funcionar realmente los centros educativo si en sus aulas se toleran conductas que fuera de ellas son plenamente delictivas (injuria, acoso…), como no tener derecho a poder estudiar aquéllos que quieren hacerlo.
La LOGSE y la LOE insisten en el fomento de los comportamientos democráticos, pero mi pregunta es, ¿a qué llamamos comportamientos democráticos, cuando en la realidad de las aulas nos encontramos con una minoría de “pequeños dictadores” que luchan por imponer impunemente su ley a los demás? ¿Cómo conseguir una educación igualitaria en libertad de derechos y de pensamiento? ¿Por qué cada vez se gasta más sin lógica alguna y con mayores fracasos escolares y abandonos de los estudios?
El paso del tiempo ha demostrado que venimos siendo testigos de una generación de jóvenes totalmente diferentes a la de antaño, los tan denominados “Generación Ni-Ni”. Cada vez los jóvenes son más apáticos y conflictivos que nunca, no es debido a un gran cambio social sino que es resultado de una educación equivocada. También en todo este asunto influye muchísimo la propia desorientación de los padres.
En un país tan libre, tan democrático y tan próspero como lo es ahora España, resulta pues lamentable que con estas condiciones tan buenas nuestra educación sea francamente tan desastrosa. Según J.J. Rousseau, “la meta de una buena educación es conseguir un hombre razonable”. ¿En qué consiste la buena educación? Los valores, la paz y la tolerancia, el ejercicio cotidiano de los derechos humanos (el camino para la educación en la tolerancia), saber asimilar las frustraciones y los fracasos… Es por encima de todo, la condición indispensable para que pueda enseñarse cualquier otra cosa. Se habla mucho del tan traído y llevado fracaso escolar, así de los cada vez mayores porcentajes de alumnos que no superan y abandonan la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO). La realidad de todo este asunto es muchísimo más escalofriante. Forman parte de las estadísticas del fracaso escolar, no aquellos estudiantes a los que el estudio les importa mas bien poco, sino aquellos que les gustaría aprender pero no se les presta la atención y ayuda necesaria. ¿Cómo es esto posible? ¿No se invierte el suficiente esfuerzo por parte de los docentes para y con sus alumnos? ¿Por qué esta problemática cada vez en aumento? Antes al que no quería aprender se le podía mantener callado para que no estorbara a quiénes sí querían, y estos era así, porque las leyes respaldaban en cierto sentido la autoridad del profesor y protegía el derecho de los que deseaban aprender frente a los “pequeños tiranos”. Ahora esto ya no sucede, y ahí mismo reside nuestro fracaso escolar. En que muchos no pueden aprender, porque donde no encuentran ambiente de estudio y silencio es en el instituto, no es sus propias casas.
Según Ricardo M. Castillo (profesor de la Universidad Complutense de Madrid), “mientras la única solución consista en administrar la misma medicina a quien sistemáticamente la rechaza, el fracaso escolar irá en aumento”.
No voy a extenderme en este tema puesto que la propia reflexión sobre la educación en nuestro país es ya de por sí un tema bastante más profundo del que he querido acercarme de una forma superficial.
Una enseñanza seria y exigente para abrir paso a la sociedad, inculcar nociones tan simples como la buena educación, el respeto por las cosas, la conciencia por la disciplina y el esfuerzo en la etapa escolar, la libertad de elección, la responsabilidad respecto de los actos y decisiones son aspectos de vital importancia para que esta educación mejore con la ayuda de todos. El sentido de la educación es, después de todo, conservar y transmitir el “amor intelectual a lo humano”. Finalmente, todo parece indicar que para muchos estudiantes como yo que podemos tener la oportunidad de hacer una carrera gracias a una serie de becas que exigen un notable rendimiento, resulta un completo sarcasmo toda la demagogia que tantos discursos y actitudes que se presentan como progresistas y sólo consiguen que el sistema educativo acabe por repartir basura, en vez de mantener entre sus objetivos prioritarios el de servir de promoción social a quien a base de esfuerzo pueda escapar de las limitaciones económicas, culturales y sociales que rodean el entorno familiar de los alumnos. Después de todo, esperemos que la implantación del Plan Bolonia dé pronto sus resultados “positivos” esperados y de algún modo, mejor y “limpie” la decadente imagen dada por la LOGSE en nuestro actual sistema educativo.