Hay quien se llevaría las manos a la cabeza al conocer que más de 3.500 litros de vino fueron desparramados, días atrás, sobre las fecundas tierras de un viñedo de Ronda. Es un gesto que honra al productor de un vino, por lo general excelente – modalidad Petit Verdot – pero que en la añada de 2007, y después de dormir en la paz y las penumbras de la bodega Vetas, no alcanzó la calidad requerida. La feliz conjunción de tierra, sol y lluvias no se dio. Vuelta a la misma tierra que vio fructificar la vid y cuyas uvas en sazón después de la “pisá” dieron un vino que no estaba a la altura requerida por el bodeguero. Había éste alcanzado en sus caldos una calidad, fragancia y textura que, de ninguna manera, quiso bajar el listón. Así que desde las barricas de roble, abeto o cerezo, en donde se fraguó teniendo como aliado al tiempo, se vertió en la tierra de la que en alguna manera procedía. Un autor de vinos pundonoroso y celoso de su marca y fiel al compromiso con la clientela.
Y esto nos lleva a hablar del vino de Ronda y su prestigio “in crescendo” cada día. La riqueza vitivinícola de la zona alcanzó en los últimos años un esplendor que es producto de la preparación técnica de los bodegueros y su dedicación a la crianza de vinos que acreditan el renacimiento enólogo español.
No está ausente Ronda – no lo puede estar por razones de peso –de las rutas del Neandertal hispano, de la Roma imperial, del Califato cordobés o el reinado nazarí; posee el sabor de lo mozárabe y lo mudéjar; Y ofrece muestras evidentes – dando grandas zancadas en la historia política y del arte – de la ruta del gótico, el barroco o el Renacimiento. De unos y otros hitos de la andadura humana en la provincia está Ronda, en efecto, en la encrucijada de los caminos que entretejieron su forma de ser y estar en el mundo.
Ahora se quiere que figure en la Red Española de Rutas del Vino, esa vía que recorre España desde arriba abajo y de un lado a otro de su topografía y fisonomía. Desde Ribeiro hasta Penedés y Priorato y desde Rioja hasta Jumilla, pasando por Cariñena, Toro y Valdepeñas; también por Condado de Huelva, Jumilla, Jerez y la propia Málaga. Caminos milenarios del vino, puro néctar de dioses que cantaron los griegos e inmortalizaron los romanos. Vinos diferentes a tenor de la uva que se pisa o de la poda a que se sometan los viñedos.
De un tiempo a esta parte se ha vuelto en Ronda a concederla la importancia que se merece a la vid, tantos años dándosele las espaldas. La malquerencia se debió por aquella aciaga época en la que la filoxera arrasó campos y arruinó haciendas vitivinícolas. Pero ahora son otros tiempos, más prometedores y halagüeños para el cultivo. Y hoy tenemos bodegueros de pro. Bodegueros y firmas que están consiguiendo devolver el prestigio que tuvieron siempre los caldos rondeños.
De los tiempos de mi ya lejana infancia algunas escenas del campesinado de la comarca rondeña se me quedaron indelebles en la mente. En la Dehesilla de Benaoján o en la estrecha campiña de Montejaque las mujeres subían con grandes capachas los racimos de vid recién cortados hasta el lagar correspondiente; lo mismo ocurría en Faraján o Alpandeire, en Júzcar o Benadalid. Bodegas de Las Caballerías, de las Monjas, de los Viscos, en los campos a un tiro de honda de Ronda. En ellas el principio que guiaba la elaboración del vino era sumamente sencillo. Las uvas recién recogidas se prensaban para que de esta forma liberaran su zumo (el mosto, que tanto juego habría de dar en la cultura del buen beber de la Serranía de Ronda), rico en azúcares fermentables. Las levaduras añadidas provocaban la fermentación que propiciaba la liberación del alcohol etílico y el dióxido de carbono o bien cooperaban a su transformación. El mosto, a partir de ese momento, era ya vino y se entregaba al dulce sopor que le brindaban las umbrosas bodegas, en espera de subir con todos los honores a las más humildes mesas y a los más encopetados manteles.
Todavía existen restos de estas bodegas (sobre todo de las prensas móviles) diseminadas por la Serranía. Otras han vuelto a funcionar, regenerados los campos, puestas en desarrollos las nuevas plantas autóctonas o importadas. Volvía el vino a Ronda, a sus heredades circundantes. Y lo que es más importante, vuelve con el empuje y el prestigio que lo hace merecedor de figuras en los circuitos que acrisolan el vino de España. No hay ya quien dude que el resurgir del vino de calidad en Ronda se considere como un `milagro´ con todo lo que este vocablo representa de impacto en el mercado y los negocios a cualquier escala. El vino tinto, regenerador de arterias y sabia sustancia para prevenir dolencias cardiovasculares, amén de del placer sin cuento que proporciona su libación comedida ha encontrado en Ronda suelo propicio para su fecundación. Que se lo digan si no a Miguel Céspedes, duelo de la inmobiliaria MC y que ha abierto cortijo y bodega – Morosanto- con capacidad, después de que fructifiquen o amplíen la plantación de las poco más 4000 plantaciones de uvas de cabernet sauvignon, tempranillo o petit verdot, entre otras, a una producción futura de 70.000 botellas.
Hará bien el Consejo Regulador del Vino en consentir la inscripción en la Ruta hispana los vinos de Ronda. Están en la puja, además de los bodegueros, la candidata a la Alcaldía y el presidente del Patronato de Turismo, Juan Fraile, con tantas y tan arraigadas vinculaciones con Ronda. ¡Aúpa nuestro vino!