Opinión

Damas goyescas de Ronda (José Becerra Gómez)

En pleno ardor del verano, cuando transitar por la calle de la Bola es una delicia por las mañanitas frescas pero un suplicio cuando el sol está en todo lo alto y pega de firme, irrumpe un airecillo refrescante y juguetón que alivia los rigores de la estación y predispone el ánimo para la principal festividad local.

Me refiero, metafóricamente, a la presentación en plena canícula del ramillete de beldades que para la feria septembrina de Pedro Romero representarán como damas goyescas a la galanura de la mujer rondeña. Díganme, si no, si ese evento no pone frescura al ambiente, lo suaviza y atempera como una brisilla que de pronto se descolgara de las sierras próximas poniendo lenitivo a la aspereza natural del estío.

A principios del pasado siglo, las jóvenes de las clases pudientes soñaban con su ` puesta de largo `, un acto social que les servía de presentación oficial en el círculo de la sociedad de su tiempo. Era un evento que anunciaba el paso de niña a  mujer, adiós a la edad de la pubertad y bienvenida a la edad  adulta, capaz ya de merecer galán y familia independiente. Las niñas de Ronda, creo que en cualquier época, lo que han soñado siempre es con vestir las galas de Dama Goyesca una vez alcanzada la edad conveniente. ¡Mi reino, mi reino por subir a la calesa que presidirá  la Gran Cabalgata por las calles de Ronda! Es lo que pensarán las quinceañeras rondeñas, puesta ya las mientes en el acontecimiento que cuando apunta el mes de septiembre de cada año revoluciona la ciudad.

¿Pues y el honor de aparecer en un parco principal del famoso coso taurino ante el enfervorizado público que jalea las faenas de los diestros de turno, entre los que no jamás falta alguno de la zaga de los Ordóñez?  Sol a raudales, lujuriosas tonalidades cromáticas, sonrisas de famosos acodados en las barreras. Nunca una plaza de toros ofreció tamaña magnitud de elementos capaces de suspender el ánimo y encender la emoción. Tarde espléndida es la que se conjugan dos de los pilares más firmes por los que la Ronda, siempre monumental, es admirada: el arte de la tauromaquia quintaesenciada en la escuela rondeña y la belleza de su mujerío.

Lola, Alejandra, Marta, Violeta … Dieciséis  nombres para otras tantas “niñas” que rivalizan en atractivo y simpatía. Ya han sido elegidas y presentadas. Subieron al carro del Olimpo y tendrán ocasión de mostrar su palmito en la Semana Grande. Admiradas, agasajadas, las componentes del ramillete de beldades rondeñas vivirán sus días de gloria de aquí a pocos días. Fausto suceso es este, cuyo recuerdo guardarán de forma indeleble.

A los demás  nos quedará el gozo de contemplarlas en el esplendor de su lozanía y siempre asociándolas al más valiente espectáculo español. Mujeres bellas y toros. Feminidad y fiereza. “Una humedad de femenino oro / que olió puso en su sangre resplandores /, y refugió  un bramido entra las flores / como un huracanado y vasto lloro / De amorosas y cálidas cornadas / cubriendo están los trebolares tiernos / con el dolor de mil enamorados “, dicen los versos vehementes de Miguel Hernández. Un canto de poderosa sugestión sensorial que es el que nos brinda las imágenes de las damas y la fiesta brava rondeña que tanta atención suscita.


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