No sé si he dicho alguna vez que cuando escucho el trillado, manido y partidariamente exprimido hasta la extenuación, sintagma de “ deuda histórica de Andalucía”, se me ponen los pelos como escarpias y el cuello más tieso que el de un concejal mirando la luna desde el balcón del ayuntamiento, como consecuencia somatizada y directa de ese eco distorsionador que forma ya parte del subconsciente colectivo y casi de nuestro acervo cultural, aún no muy lejano en el tiempo, que reverbera pleitos pasados y discusiones parlamentarias y de taberna más o menos acaloradas, y del que he quedado un poco más que harto. Esta vieja controversia que ha acabado con la escrituración de unos solares en favor de la Junta dio lugar en su día a que corrieran ríos de tinta que, cómo todo lo que la política impregna con su aliento ponzoñoso cuando saca a relucir su lado más oscuro, ha desembocado en el mar de la discordia y el disenso. Consciente del desprestigio y descrédito semántico del término, hoy, impelido por la necesidad me veo obligado a echar mano nuevamente de él, consciente y convencido de la gran injusticia que representa la despreocupación, minimización, omisión y ocultación que año tras años habéis hecho nuestros políticos de la verdadera deuda histórica contraída y nunca pagada en este país: la deuda histórica contraída por el medio urbano con el medio rural. Y aquí es donde entra en escena el cuartel de la Concepción o el edificio del Mueble en su defecto, como explicaré más adelante, pues dicen por ahí que el asunto del cuartel anda un poco liado.
Que nadie dude que Ronda ha llegado a ser lo que es gracias a los pueblos de nuestra serranía y otros que sin pertenecer a la comarca natural están muy próximos. A lo largo de nuestra historia hemos recibido una inyección económica constante y prolongada en el tiempo por parte de nuestros pueblos. Unicaja llegó a ser lo que es gracias a la enorme remesa de divisas que los emigrantes de nuestros pueblos enviaban desde Francia, Alemania o Suiza. El comercio local floreció y ganó mucho dinero gracias a los vecinos de nuestros pueblos que compraban aquí prácticamente todo lo que necesitaban, desde unos zapatos hasta un fardo para recoger las aceitunas, pasando por una cajetilla de Ideales o de Goya en el estanco de Marcos Morilla. Dentistas, podólogos, otorrinos, oftalmólogos y otros matasanos varios, pasaban consulta privada a un flujo constante de vecinos llegados desde nuestros pueblos y, mientras tanto, para hacer hora desayunaban café con churros en la calle La Bola o un bocadillo de tortilla en el bar la Cuesta, y cuando terminaban, antes de marcharse aprovechaban para hacer algunos recados o alguna compra de última hora. Y así, un largo etcétera. El caso es que Ronda logró sobrevivir e incluso aumentó su número de habitantes gracias al aporte económico de unos pueblos que ahora lentamente se desangran en el olvido y muchos de los cuales afrontan envejecidos y sin espectativas su desaparición ¿Cómo es posible que cegados por la ingratitud permanezcamos impasibles ante la desgracia de quienes otrora nos ayudaron y nos hicieron tanto bien? Observaréis que en este párrafo he utilizado hasta cuatro veces la expresión “nuestros pueblos”; la reiteración no es casual, sino que lo hago adrede y seguiré haciéndolo a lo largo de esta propuesta desde el convencimiento y conocimiento de que debemos sentirlos como nuestros en base a que son ya muchos siglos los que hemos caminado juntos hombro con hombro. Comprenderéis que estamos en deuda. Circunstancia ésta que nos hermana y nos une en un destino común. Por todo lo dicho, reitero nuevamente que no cabe la menor duda de que estamos en deuda con ellos, porque es muy importante que adquiramos consciencia de este hecho incuestionable con el fin de que podamos dar los primeros pasos para solventarlo. Me viene en estos momentos a la mente las palabras de Cela cuando decía: “ Cuando las deudas no se pagan porque no se puede, lo mejor es no hablar de ellas y barajar”. El caso es que esta deuda sí la podemos pagar, y lo explicaré en el siguiente párrafo, por lo tanto, cambio radicalmente el sentido de la frase de Cela a modo de exordio: “Cuando las deudas se pueden pagar, lo mejor es hablar de ellas”. Y eso mismo haré.
La deuda histórica contraída por Ronda con sus pueblos, como cabeza de partido que somos, nos obliga moral y éticamente a realizar una gran obra que recompense y honre a las numerosas localidades de nuestra comarca. La idea que propongo a tal fin es la construcción de un gran centro de interpretación de la Serranía, que se ubicaría en el cuartel de la Concepción o en el edificio del mueble, mucho mejor sin duda el primero por su mayor amplitud y su localización más cercana a la calle la Bola, plaza de toros, Tajo y Ciudad, es decir, al centro turístico. En el centro de interpretación se habilitaría una sala para cada pueblo en la que sería expuesta su cultura y su historia, y en pequeñas tiendas debidamente acondicionadas cada localidad vendería a los visitantes sus productos artesanos. Las ambrosías de cada pueblo puestas a disposición de turistas y consumidores reunidas en un mismo lugar y bajo un mismo techo. Una imbricación perfecta de lo mejor de cada pueblo. O lo que es lo mismo: un remanso etnográfico donde se respire la esencia destilada de nuestros pueblos.
Este gran centro de interpretación actuaría de reclamo turístico e implementaría la oferta. Son muchos los turistas que nos visitan y no tiene tiempo de recorrer nuestros pueblos. El centro interpretativo les acercaría lo mejor de cada uno de ellos mediante un pequeño paseo por su interior. Lo mejor de todo esto radica en que el beneficio sería mutuo, pues un centro de estas características, si se sabe manejar bien y se publicita adecuadamente, por su frescura y originalidad, convertiría a Ronda sin lugar a dudas en un destino turístico más atractivo.
Entiendo que este artículo pueda sonar a los oídos de algunos como una egagrópila derivada de un día de molicie, pero pienso y estoy convencido de que la propuesta vale la pena, y mucho. Queda pues la pelota en el tejado de nuestro equipo de gobierno al cual pido desde estas líneas que mis palabras no terminen en el cubo de la basura junto con este ejemplar, al tiempo que no se deje llevar por el recelo y la desconfianza e interprete mi propuesta como una simple razia periodística o propagandística, sino como la llamada de alguien que piensa que es de justicia resarcir a nuestros pueblos, y que, a pesar de todo, sigue siendo posible hacer cosas juntos, unidos en inverosímil consenso con el objetivo de alcanzar el verdadero bien de Ronda y de sus pueblos.