“Patético y deprimente”. No se me ocurren otros adjetivos para valorar el papel de Zapatero durante los seis meses que ha ejercido como Presidente de turno de la Unión Europea. Del memorable “acontecimiento planetario” hemos pasado a subir el IVA y recortar el gasto público, a rebajar salarios y pensiones y a romper a la baja los peores pronósticos de nuestra economía, reforma laboral incluida. Parece que esto de la crisis, al menos en España, va para largo y nos enfrentamos a la temida “L” de la que hablaban los expertos: “-Caída en picado de la economía, seguida de una lenta recuperación, que puede durar años-”.
Las causas hay que buscarlas en la “cultura del pelotazo” que se vivió en nuestro país durante la última década. Y no me refiero sólo a la “burbuja inmobiliaria”, cuando en España se construían dos de cada tres casas que se edificaban en Europa, y que muchos ayuntamientos aprovecharon para financiarse con cuantiosos “aprovechamientos urbanísticos” y multiplicar su plantilla de funcionarios, asesores y cargos de confianza; con nóminas que ahora son insostenibles y han provocado la “quiebra” de más de un consistorio.
Me refiero también a la gente que pensaba que viviríamos por siempre en el país de la opulencia y, como el cuento de la lechera, se entramparon alegremente comprando casas y apartamentos en la playa, pensando que luego venderían fácilmente su antiguo piso por treinta kilos (que en muchos casos ni siquiera habían terminado de pagar); o que se liaron a pedir créditos para comprar coches de lujo, para celebrar la comunión de sus hijos (como si de auténticas bodas se tratase), o para irse de vacaciones, a la feria o al Rocío. Esa forma de vivir nos ha llevado a ser un país con una de las tasas de productividad más bajas del mundo desarrollado, algo que tiene difícil solución.
Vivimos en un “mundo global” donde los medios de transporte permiten, por ejemplo, que los kiwis de Nueva Zelanda lleguen en apenas 48 horas a nuestros mercados, o que los tomates de Marruecos crucen el Estrecho y se descarguen en Mercamálaga antes de que amanezca el día. En ambos casos, esos productos llegan a nuestros supermercados con unos precios de producción muy inferiores a los que costaría cultivarlos en España. Los intermediarios son los que ganan en el trato: compran barato y vende al mayor precio que pueden.
Hace treinta años los invernaderos de Almería eran la “despensa” de Europa y sus productos llegaban a los mercados de centroeuropa un mes antes de que maduraran los tomates franceses. Por esos sus agricultores volcaban enrabietados nuestros camiones en la frontera. Ahora es España quien tiene ese mismo problema, pero el gobierno, una vez más, se ha quedado al margen y no ha hecho nada para controlar los precios abusivos, ni para defender a nuestros agricultores de la competencia desleal de otros países; en los que los sueldos y las condiciones laborales dejan mucho que desear.
Remontar la competitividad de un país no es fácil, ni cosa de un día. El objetivo es fabricar más barato para bajar precios e incentivar el consumo, pero ¿están los trabajadores dispuestos a trabajar más por el mismo sueldo, o a cobrar menos para que su “producción” suponga un menor coste a la empresa? Parece que no, a juzgar por la respuesta sindical. Además ¿quiénes son nuestros clientes potenciales?, porque los consumidores españoles se resisten a gastar sus ahorros ante la incertidumbre de que las cosas aún puedan empeorar. Hace falta vender al exterior y hay quien vende más barato.
Las otras alternativas para ser más competitivos corresponden a la patronal: ¿Están nuestras empresas en condiciones de “reconvertir” sus instalaciones para modernizarse y abordar proyectos empresariales más ambiciosos y rentables? Parece que tampoco, a juzgar por las dificultades de financiación y la nula predisposición del sistema bancario para dar créditos. Sin embargo, el gobierno, -a cambio de nada-, pone a disposición de las cajas de ahorro dinero público para que éstas solucionen sus problemas de solvencia.
Y una última opción: ¿Fomentamos en España la investigación de tecnología punta para que nuestras empresas no sigan importando las patentes que encarecen sus productos? Lejos de fomentar la innovación, “explotamos” con sueldos de miseria a los “becarios”, -jóvenes universitarios que llegan al mercado laboral repletos de conocimientos y aptitudes tecnológicas inigualables-, a los que se contrata como mano de obra barata.
Sumen a eso que las máquinas funcionan con energía y que nuestro país carece de autonomía energética. Lejos de buscarla, el gobierno ha sacrificado varias centrales nucleares para lograr el apoyo político de partidos ecologistas que exigieron su cierre y la moratoria de las restantes (algo difícil de imaginar con un gobierno del Partido Popular en el poder); además de dilapidar ingentes cantidades de dinero en subvencionar energías alternativas que ni han logrado cubrir la demanda, ni abaratar la factura de la luz (ni las ayudas recibidas, ni que el aire sea gratis han impedido que las eléctricas aumenten sus tarifas muy por encima del IPC). En tales circunstancias, nuestra capacidad energética, y con ella los costes de fabricación y transporte, se encuentran a expensas de los vaivenes del precio del petróleo.
Y para colmo de males contamos con una gigantesca “maquinaria” administrativa, -poco eficaz y nada competitiva-, con empresas públicas convertidas en auténticas “agencias de colocación” del partido que gobierna, y propagandísticas medidas sociales que ha disparado el déficit del estado hasta el 11 %. Ahora toca poner remedio a todo a la vez, pero dudo que nuestros gobernantes estén capacitados para ello.
Es urgente cambiar de política y sobre todo de políticos. Muchos de ellos carecen de preparación porque pertenecen a una generación que dejó los estudios para ganar dinero fácil con negocios inmobiliarios con los que se pegaba el “pelotazo” en tres días. Por eso ahora desconocen la realidad de la crisis; incluso el mismo Zapatero hasta hace poco ni siquiera sabía lo que costaba un café en la calle. Y me temo que este personaje no dudará en provocar un enfrentamiento ideológico entre españoles por tal de contener, en lo posible, su merecido castigo electoral. Ya saben a lo que me refiero: Revivir los fantasmas del franquismo, aborto a los dieciséis años, burka si, burka no, etc, etc.