Empezaré por el final. Para Steiner, ningún grado de democratización va a multiplicar el genio creativo. Vale, pero ¿qué me dicen de lo contrario? ¿Puede un genio creativo mejorar la democracia?
Steiner es un ensayista nonagenario, judío de musicalidad polaca, riguroso pasaporte francés y vida en Estados Unidos. En 2005 escribió un libro fascinante sobre la esencia de Europa, llamado, precisamente, la idea de Europa.
El escritorio donde lo concibió –año 2004- estaba a medias en una Suiza, afeada por la opacidad de su sistema bancario favorecedor de delincuentes organizados, narcos, y terroristas, y en unos Estados Unidos en crisis identitaria permanente desde los atentados de las Torres Gemelas. Desde esta posición, Steiner contemplaba una Europa moderna, rica, democrática y con valores. Su mirada romántica de francés envejecido observaba cómo Francia y Alemania andaban por primera vez de la mano, liderando un proyecto económico sólido, con una moneda única que caía bien a todo el mundo. Era el continente del Tigre Celta –el milagro irlandés-, la España del pleno empleo y el abrazo a la Polonia de sus padres, tantas veces invadida, por fin respetada.
En esta situación, lógico que él se gustara al escribir que a muchos nos encantara con tal gusto.
La Europa de los cafés es la primera de sus cinco esencias de Europa. El lugar donde todo se discute, comenta y soluciona en el pequeño café de la esquina, en el barecito del barrio. La segunda, las calles y plazas de la Europa caminada. No hay ninguna otra cultura, desde luego, no en Estados Unidos, en la que puedas perderte paseando errante por el centro de las ciudades, sea por Toulouse, Tallin o Albacete, mirando sus tienditas y sus gentes, fijando a veces la vista en los homenajes en forma de avenida, busto, plaza o biblioteca a la historia que Europa rinde a los personajes de su pasado histórico, más o menos dulce en el que ya se hizo cuanto cabía hacer. La Europa histórica, es su tercera.
Dice que la cuarta está marcada por su tradición filosófica griega y moral judaica. Una unión de hecho contradictoria y con dos hijos, el cristianismo y el socialismo utópico. Y la última, Europa fatalista, de la idea del final absoluto. Los europeos siempre han estado impregnados de la proximidad del fin, de la decadencia absoluta y la pérdida.
Quién le diría que en apenas cinco años, se le derrumbarían todos los escenarios. Que en el cegato eurocentrismo de los cafés ya sólo se alimenta de nuestra propia decadencia, que las ciudades que se recorren a pie son demasiado estrechas e incómodas y, donde se te ocurra aparcar, se te lleva el coche la grúa.
Nada queda de grandeur en los políticos de hoy, a quienes nadie pondrá una calle (espero), ni una plaza, ni un busto.
El fin pronosticado, pero sólo un fin doméstico. Con Grecia en la ruina y España arruinada, el tigre irlandés decapitado, Italia mal, Portugal peor y el euro, una broma pesada que despierta viejos conflictos francoalemanes.
No podrá venir al rescate de la Europa cultural de Steiner un político de los de hoy, con renombre y sin dignidad. Quizá el camino sea en la dirección opuesta y el arte deba rescatar la democracia.
Arte que sea lo opuesto a lo establecido. Que sea anónimo y ahistórico y dé la razón a Steiner refutando sus postulados. Es decir, tiene que ser un maestro de la paradoja. Y de esos, sólo me sale pensar en un artista mudo como un grito en un desierto pero a quien todo el mundo escucha: Banksy. ¿Lo conocen?
Nacido en Bristol, dicen que en 1974. Sus obras son sarcasmos de graffiti en las paredes efímeras, en las aceras y tejados, en los desconchados. Hasta hace no mucho, sus creaciones no tenían valor. Graffiti sobre graffiti.
No suele firmar sus obras, pero todos las reconocen. No las señala, pero todos se paran a mirarlas.
Huye de los focos, el café y la tertulia. Con su transgresora mano ensucia las calles y falsea sus nombres. Pinta monigotes al monumento.
Pero nadie como él transforma la prohibición en gusto, el muro de Cisjordania en una escena Disney y Disney en un reclamo contra Guantánamo.
Tan universal como anónimo, quizá más por ello. Tan efímero como necesario. No un creador, sino un destructor; de la introspección artificial y las frases vacías.
Arte de un genio creativo. ¿Saben que, para Steiner ningún grado de democratización va a multiplicar el genio creativo? Vale, pero ¿qué me dicen de lo contrario? Quizá un genio creativo pueda mejorar la democracia.