Somos historia. Desde el primer aliento de vida, desde el primer segundo de oxígeno inconsciente lo somos. Incluso antes de llegar a este mundo, supuesto primer mundo, o al que nos toque, ya formamos parte de algo mucho más complejo que nosotros mismos, mucho más que la familia, el entorno, el medio ambiente, la sociedad o las cifras de natalidad. Así, somos parte de una historia que sigue creciendo y ampliándose con cada uno de nosotros, con el futuro que nos queda, con las costumbres inventadas siglos atrás, con las expresiones que aun hoy mantenemos sin saber de dónde vinieron, con miedos que nada tiene que ver con nuestra experiencia y que sin embargo se perpetúan a veces en nuestra existencia sin que nadie los llame.
Es historia escrita que nos condiciona que, inconsciente e inexplicablemente nos dibuja perfilando nuestra mirada, nuestros miedos, nuestro idioma, la forma en que nos comunicamos con la vida, el modo en que la vivimos, el conocimiento, la herencia vital que tenemos como legado, es decir, nuestro pasado no solo personal sino también filogenético, propio a nuestra especie, al ser humano. Junto a esta historia, en muchos aspectos común a cada uno de nosotros y diferente según los parámetros del tiempo y el espacio que coyunturalmente nos hayan tocado vivir individualmente, convive la propia vida, el propio relato que hemos ido construyendo a lo largo de los años, del aprendizaje, de los errores que intentamos no seguir cometiendo, de los logros, del azar. Al fin y al cabo, con el paso del tiempo no son más que recuerdos, vida y más historia: pasado. Un pasado del que aprender, que no necesariamente olvidar y del cual extraer parte de nuestra identidad pero también un pasado al que poder dejar atrás.
Así, gran parte del sufrimiento que sentimos en nuestra sociedad occidental, donde el presente apenas tiene carencias vitales, se encuentra en el pasado que, como si de una carga pesada se tratase, nos clava en un tiempo que ya pasó, en aquello que no fuimos capaces de hacer, en aquella frase que nunca terminamos de pronunciar, en todo lo que hicimos mal por el simple hecho de no haber sabido hacerlo de otro modo. Nos clava en un momento que no nos pertenece, nos aleja de la realidad y nos ahoga, nos oprime y nos corta el paso hacia el camino que nos toca andar. Por ello te propongo algo, quita la carga de tu espalda, recuerda sin dolor, acepta, deja atrás lo que ya no puedas cambiar, aprende y camina.
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