Opinión

Por quién doblan las campanas (Antonio Sánchez Martín)

No es la primera vez, ni será la última que el título de la famosa película de Hemingway sobre la Guerra Civil Española encabece un artículo. Suele hacerlo, -generalmente en el sentido metafórico de la frase-, cada vez que el contenido de ese artículo alude a alguien a quien le llegó su hora o cumplió sus días al frente de la misión encomendada.

Artillero de profesión, el protagonista principal de la película conocía de antemano su trágico final. Defendía junto a las milicias internacionales la causa republicana cuando se le encomendó la voladura de un puente tras las líneas enemigas; misión que prefirió cumplir, con disciplina militar, pese a que días antes se había enamorado profundamente de María, de quien se despidió con un “hasta siempre”, sabedor de que la muerte fijaba el fin anticipado de su amor.

Como en el film de Hemingway, a nuestro héroe particular, el de aquí y el de ahora, parece que también le ha llegado su hora. Y lo sabe. Es un rumor constante en los mentideros políticos de la ciudad. Sus amores por el proletariado, del que tan perdidamente se enamoró hace ahora casi un año, servirán de poco. Su suerte la han decidido en Sevilla los jefes del alto mando del proletariado, insensibles a tan efusivo y repentino cariño. “Ningún tránsfuga encabezará ninguna candidatura proletaria”. Lo ha dicho quien puede decirlo, y lo cuentan quienes pueden contarlo.

Indudablemente las campanas tocan a muerto. Veintiún toques por los hombres muertos y veinte por las mujeres (-que Bibiana Aído diga algo ante semejante atropello de género-). Su tañido cada vez se oye más cercano. Insistentes, pertinaces, ya casi es un repique constante que redobla por ellos y por ellas. Sí, porque la muerte política viene a Ronda en busca de sus víctimas y en ese velatorio habrá más de un cuerpo presente. Un terremoto sacudirá la ciudad cuando se conozcan sus nombres, y para entonces ya ni será preciso que se pronuncie el alto mando porque todo esté dicho.

Y es que en las películas se pueden contar historias, incluso manipular historias; pero la Historia, -con mayúsculas-, demuestra que el hombre es un animal que se empecina en tropezar reiteradamente en las piedras de sus vicios. Desde hace veinte siglos esa misma Historia nos enseña que Roma (-el poder-) no paga traidores. ¿Por qué Ronda habría de ser distinta, si también en ella padecemos los vicios desmedidos de nuestros gobernantes? Dice nuestra Carta Magna que el poder reside en el pueblo (-lo cual a veces resulta difícil de creer-). De aquí a poco, el poder hará justicia.


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