Una palabra, un gesto, una mirada, unos brazos en cruz, unas manos sinceras, una risa abierta, una ceja levantada, más palabras. Un esquema que, me atrevería a decir, repetimos aunque con variaciones en la totalidad de las conversaciones que mantenemos frente a frente con los demás, cara a cara. Habitualmente concedemos una importancia casi total a los contenidos, al significado, a lo que comunicamos verbalmente ya que en principio suponemos que lo que decimos es realmente lo que queremos decir y, a su vez, que la persona a la que nos dirigimos va a comprender el significado de nuestra comunicación, de nuestras palabras, es decir, de nuestro pensamiento expresado.
Hace unos días precisamente una persona me preguntaba cansada cómo era posible que las personas pusiéramos tantas trabas a la hora de comunicarnos, siendo algo tan sumamente sencillo, natural y humano. Aunque la parte utópica de mi misma quería pensar que todo es más sencillo de lo que parece realmente, que lo dificultamos nosotros mismos con miedos e inseguridades, la realidad que nos pone los pies en la tierra es que, para comenzar, la propia interrelación humana ya es complicada por si misma, puesto que entran en juego factores no solo interpersonales, es decir, los propios de la relación entre dos personas -que se comprendan, que se gusten, que se respeten, que se valoren- sino también los intrapersonales, los internos a cada persona como individuo – su modo de pensar, de sentir, de expresarse, su autoestima, su expresividad, todo aquello que le hace ser autentico-. Además, no podemos olvidar las características propias del lenguaje como herramienta, de la comunicación en sí misma que, como ya sabemos, puede ser verbal o no verbal. A pesar de que el primer componente es de suma importancia al comunicarnos, la mayor parte de la información que nuestro cerebro recoge proviene de la expresión no verbal, de hecho, hay teóricos que hablan de un 80% frente a un 20% a través de la verbal. De este modo y a través de nuestra propia experiencia podemos comprobar que el lenguaje que transmitimos a través de nuestro cuerpo, de nuestra cara, nuestras manos, nuestra postura, es de suma importancia para interaccionar con el entorno y, sin embargo, suele ser un tema olvidado a la hora de hablar de comunicación eficaz.
Así, tener proximidad con el otro, acercamiento o inclinación, distanciamiento, el cuerpo tenso, en ángulos rectos, la espalda caída, encogida, cruzar los brazos o apoyar la cabeza en las manos, entrelazar los dedos, abrir mucho los ojos, entrecerrarlos, levantar una ceja, levantar las dos, apretar los labios, o sonreír son gestos que comunican tanto o más que una frase estudiada, bien compuesta y expresiva. Son muestras de nuestro interior que dejamos vislumbrar a veces sin apenas darnos cuenta y que influyen notablemente en lo que comunicamos al exterior, incluso llegando a anular lo que verbalmente expresamos por medio de la palabra.