La llevamos pegada a la piel, a cada paso, a cada suspiro. Caminamos junto a ella cada día durante toda nuestra vida y, a pesar de ello, casi siempre que la miramos de frente, en un atisbo de realidad, lo hacemos con ojos de desconfianza, de temor o tristeza. Soledad, qué contradictoria en sí misma, qué poco y qué tan humana, qué negativa y a la vez positiva puede llegar a ser si le damos la oportunidad.
Como ya sabemos el ser humano se define a sí mismo como un ser social, que vive, se desarrolla y crece en sociedad. Cuanto menos y puede que a veces sin ser conscientes de ello, necesitamos a los demás, a las personas que nos rodean, al barbero, a la señora que nos saluda cada mañana al ir a comprar el pan, al compañero de trabajo, a las personas que son especialmente importantes en nuestra vida, a los amigos, la familia e incluso a puros desconocidos que se cruzan en nuestro día a día al cruzar la acera, al tropezar en la compra o al coger el ascensor. Todos ellos de algún modo influyen en nuestra vida, en nuestro estado de ánimo, en nuestras ilusiones, en nuestras sonrisas, aspiraciones, actitudes, en nuestro comportamiento. Y, puede que aparentemente de forma inevitable, cuando todo ello desaparece y tan solo nos queda la soledad, la soledad como sentimiento, como única compañía, nos sentimos vacios. Un vacio que tan solo podemos llenar o bien en la búsqueda de aquello que hemos perdido o bien centrando la mirada en nuestra propia construcción personal, ya que siempre nos tenemos a nosotros mismos.
Por ello es diferente estar solo a sentirse solo. Por ello la propia soledad tiene una doble mirada, una a la que tememos y otra que, desde mi punto de vista, debemos tomar con la convicción de que será una oportunidad, una buena experiencia para encontrarnos con nosotros mismos, para mirarnos de frente sin hipocresías ni falsas esperanzas y teorías, para crecer desde el conocimiento de nuestro propio desconocimiento, para afianzar nuestra persona como única, para reivindicar nuestro derecho a estar solos, nuestra independencia. Quizá así nos demos cuenta de lo verdaderamente importante que es sentirse bien, en paz con uno mismo, para ser capaces de coger a dos manos todo lo bueno que nos brinda la vida, y vivirla.