Entre befas y mofas devenidas de degenerado postulamiento ideológico, el impío intolerante, cuadrillero de poca monta, profiere y farfulla, apoyando codo, cúbito y radio sobre barra tabernaria y consentidora, convertida en capillita, pináculo y santuario de inconfesables intereses ideológicos, monetarios o lúbricos, o desde canino-gatuna-escatológica esquina, o desde barriobajero mentidero fétido y ruin; y desde cualquiera de estos sitios, cuya prolongación natural es la taberna, centro geográfico de su cerrazón mental y su intransigencia, el susodicho intolerante, embargado en su ingénita y sempiterna soberbia, petulancia e impericia, y enfundado en harapienta, pérfida y licantrópica piel de cordero, eleva en el aire las terminaciones dactilares y aprehensibles de su extremidad superior derecha, y arquea circunspecto cual juez supremo perdona vidas, su nicotínico-amarillento-inquisidor dedo índice, que en inverosímil levitación y con leve movimiento bascular, señala a algún inerme e inocente vecino, óbito y enterrado en vida, al tanto que por lo bajini masculla injuriosa calumnia, reforzada e implementada con rictus labial escarnecedor y fratricida de Iscariote, que ni treinta monedas de plata cobra, sino palmadita a lo sumo en omóplato izquierdo o derecho, según calle o vecino, o según filia o fobia y, cuanto más, llénale otra primazo.
“No, ese no es de los nuestros”, asevera el ínclito con efluviosa y etílica voz devenida de conocido licor escocés fonéticamente similar a la hija de la cabra: Whisky Civas, para más señas, y para ser exacto del todo, rebosado en el pertinente y oblongo pistacho o en aceitosa y ovoidal avellana, cómo no, cortesía de la casa; que a falta de hombría (el susodicho), de reciedumbre moral, de sapiencia y erudición, cual débil correligionario secuaz y compinche, batido y entrenado en mil supercherías propagandísticas, en el vil arte del ardid difamatorio, en la estratagema del demagógico bulo, sustentado en la antigua y no por ello menos actualizada máxima de “calumnia que algo queda”, y espoleado por la jauría ideológica afín sin ideología, oficio ni beneficio, no duda en recurrir y echar mano a la descalificación sistemática, al vilipendio facilón y grosero rayano en la inmundicia y la hediondez, a la impúdica mancilladora de impecables expedientes académicos, a tirar por tierra la imagen, y de paso y si te descuidas, el honor y la honra del buen vecino díscolo cuyo único sacrilegio y terrible delito consistió en pensar de forma diferente, en decir esta boca es mía, o en no comulgar con infumable rueda de molino, y que, estoico tiene que arrostrar y apechugar con las consecuencias, el infortunio, la desdicha y la mala suerte de levantar la mano cuando no debía. “Si lo sé me callo”, relampaguea zigzagueante una neurona hastiada por entre las estresadas circunvoluciones cerebrales en la sesera del defenestrado.
“No, ese no es de los nuestros”, apostilla de nuevo el impío intolerante cuadrillero de poca monta, por si no había quedado claro, en sentencia degradante y excluyente donde las haya, castigadora del que negando genuflexiones y pleitesía no puso rodilla en tierra cansado ya de avizorar un futuro infranqueable que cierta canallesca le niega. Desangelado y desamparado, el vilipendiado vecino victima de la lisonja hipócrita, de la soflama burlesca y chabacana, de la diatriba pendenciera proveniente de las fauces del intolerante, debe soportar la pesada rémora, el lastre punzante y caustico, el handicap añadido de vivir entre la escoria, la abyección, y la suciedad ideológica que emana y dimana de ciertas fosas sépticas, que zancadillean la convivencia, y que le atosiga y constriñe el horizonte como mordisco de jabalí herido, como mácula y endémico estigma de ser un apestado, un renegado, un judío errante, que un día cometió la negligente temeridad, la apostura, de hacer pública su postura ante la vida y frente al mundo, impelido y compelido por el deseo y la existencial necesidad de columbrar un mundo mejor. Deseo tildado como bagatelas y fruslerías ofensivas y sin sentido por el intolerante arrebujado bajo pátina de bondad, amante de lenocinios y latrocinios varios con cargo si es posible a bolsillo ajeno. “Llena otra vez primazo, que ese no es de los nuestros”. O lo que es lo mismo y hablando en román paladino: leña al mono que es de goma.
Lucas Gavilán.