Opinión

Crisanta y el gigante con pies de barro

Manolo Giménez.

Cuando el Tribunal Constitucional de la República Checa resolvió hace unos días un recurso presentado por unos pocos senadores contra el Tratado de Lisboa, liberando a un gigante cuya fuerza desconocen. No hay nada en el nuevo Tratado de Lisboa que sea incompatible con la Constitución Checa. Los checos podrán firmar y el tratado entrará en vigor.

Será el vigor de un monstruo de la burocracia, un titán con pie de barro que parece ir tirando billetes de 500 euros a su paso. Un gigante que llegará a todos los lugares de la tierra, que es más respetado fuera de Europa, que en su tierra y más querido por los ciudadanos que por los estados.
Mucha Europa, o demasiada, y nosotros tendremos que decidir si nos gusta.

Ya sabemos que a David Cameron, el candidato conservador al puesto de Primer Ministro en las próximas elecciones en el Reino Unido, no le gusta. Los hijos de la Gran Bretaña nunca han sido grandes entusiastas de la Unión Europea – con honrosas excepciones-, pero en los últimos años habían tenido una posición un poco más "simpática" con la Europa continental. La crisis se ha llevado por delante al gobierno que hacía esto posible y, ahora gustan las ideas contrarias. Todos los políticos ensayan discursos radicales y alejados. Muchas propuestas son prácticamente irrealizables, pero acongojan igualmente. Cameron atacó a la base de todos los principios que sustentan Europa: ni presupuesto, ni competencias, ni primacía de las normas comunitarias, por irresponsable, caro, hiperregulador, burócrata, triste y plegado a las exigencias francesas y alemanas.
Pero esa no es la única Europa de Lisboa. El Tratado, paradójicamente abre la puerta a las preocupaciones mínimas. Tan mínimas como Crisanta.

Crisanta ni siquiera es europea, sino de Guatemala. Y no habla ninguna de las lenguas oficiales. Pertenece a una comunidad maya que fue invadida por la Goldcorp, la compañía canadiense de explotación de minas de oro. La compañía les instaló un tendido de alta tensión a través de su poblado que ha destruido sus casas, contaminado el agua y es causa de enfermedades y dolencias. Crisanta y otras ocho indígenas cortaron el fluido eléctrico durante días con unas perchas de la ropa (a lo Mcgiver), hartas de la humillación y abandono. Como la Goldcorp es el mayor contribuyente de impuestos del país, han sido encarceladas, sin abogados ni condena definitiva.

Sólo han tenido un apoyo, dos parlamentarios europeos. Uno inglés, precisamente, y otra finesa. El Parlamento Europeo no es como los gobiernos. No le preocupan tanto las cosas "importantes" y otros grandes contratos de suministros. Son más de 700 miembros, lo que da un hueco para representar a casi cualquier tendencia y con tiempo para la sensibilidad de las pequeñas cosas que afectan a personas, insignificantes personas, nada más.

Los dos parlamentarios, este verano, recibieron en su despacho a algunas de las mujeres de la comunidad indígena de Crisanta. Escucharon atentamente la narración de cada grieta que ha aparecido en sus casas a causa de las líneas de alta tensión. Escucharon cómo las engañaron para que firmaran la autorización para instalar las torres, la contaminación del agua y el ruido. Pueden emplear el gran prestigio de la Unión Europea para persuadir a los jueces y fiscales que tienen la libertad de estas señoras en sus manos.

Eso hoy. Mañana, dispondrán de un nuevo Servicio de Acción Exterior, un mayor presupuesto y el mismo tiempo libre.

Eso sale muy caro. Un gasto enorme y un nido de burócratas especialistas. El Tratado de Lisboa no es el definitivo, ni el más perfecto que tendremos, claro. Un gasto que saca a David Cameron de sus casillas y puede sacar a Crisanta de la cárcel.
Curioso este gigante, que han liberado los Checos


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