Hace unas semanas, cuando comenzaron a conocerse las medidas que el gobierno pretende incluir en la nueva Ley del Aborto, me llamó especialmente la atención un vibrante artículo de Mariló Montero publicado en el Diario de Sevilla donde la autora expresaba, más como madre que como periodista, su indignación por el asunto.
Aunque dice el refrán que -más vale una imagen que mil palabras-, creo que en este caso, dada la elocuencia que destila el artículo, no se cumple el aforismo. Les dejo con él, porque seguramente yo no sería capaz de expresarlo de forma tan escueta y contundente; pero sobre todo porque al no ser mujer me cuesta “comprender” el dolor que debe causar en una madre enterarse de que su hija de dieciséis años abortó un día a sus espaldas.
«Me gustaría saber la identidad de los nueve expertos en los que la ministra Bibiana Aído se escuda para defender que una niña de dieciséis años puede abortar sin consultar con sus padres. Me gustaría saber de qué son expertos y si son padres y madres. Me gustaría saber en qué se fundamentan para decir que dejar tan dramática decisión en manos de una adolescente aterrada es lo mejor para ella. Me gustaría saber si se han parado a pensar que esa criatura, tras mantener una relación sexual precipitada, va a empezar a sufrir lo que la literatura científica ya ha diagnosticado ante un aborto.
El “síndrome de aborto” reúne quince síntomas psicológicos que van desde la angustia al sentimiento de culpabilidad, ansiedad, terrores nocturnos, depresión o trastornos de la alimentación y de la vida sexual. Síntomas que pueden aparecer, según los psicólogos, incluso años después de haber abortado.
Me gustaría saber con qué argumentos opina la joven ministra Aído, entre sonrisas, -como quien anuncia un anticonceptivo novedoso-, que una niña de dieciséis años está tan capacitada para abortar como para casarse. Una niña de dieciséis años, señorita Aído, no está capacitada ni para abortar ni para casarse, por mucho que se esté normalizando lo que son parches en la vida. Una cosa es que lo haga y otra bien distinta la sacudida que la vida le da a una adolescente casada, quien sale adelante gracias a los apoyos de la familia.
Me gustaría saber quién le va a informar a una adolescente de dieciséis años de que si se queda preñada puede abortar sin decírselo a sus padres y también en quién se va a apoyar ante semejante circunstancia. ¿En la mamá-administración, o en su mejor amiga, con la que intercambia los vaqueros e inventa en su habitación coreografías de Beyoncé? Me gustaría saber si esos expertos conocen lo que es ser padres y las complicaciones a las que nos enfrentamos para conquistar la confianza de nuestros hijos en la difícil adolescencia.
Me gustaría saber el protocolo de actuación que se llevará a cabo cuando una niña de dieciséis años acuda al centro para abortar y cómo será tratada. Me gustaría saber qué pretenden con esta propuesta de ley, que autoriza a que se rompa la confianza entre hijos y padres. Y me gustaría saber también qué se pretende de los padres el día que nuestra hija decidiera abortar en soledad. ¿La recibimos con un aplauso? ¿Le damos sopa caliente? ¿Le preguntamos si llegó a ponerle nombre? ¿O quién habría sido el padre? ¿Debemos obviar el tema, o celebrarlo con una barbacoa? ¿Trae esas instrucciones la nueva reforma de la ley del aborto?
Una cuestión más: ¿meterán en la cárcel a una madre que le discuta esa decisión a su hija adolescente? O es la ley del “no se lo digas a mamá porque no la necesitas”. Señorita Aído, me gustaría saber si mi hija ha abortado sola, porque soy su madre.»
Ni que decir tiene que comparto plenamente las quejas de tan indignada madre. Resulta además “paradójico” que la ministra Aído y su gobierno insistan en aprobar una ley que permitirá a las niñas de dieciséis años abortar a escondidas de sus padres; sobre todo en un país como España, donde no puedes votar hasta cumplir la mayoría de edad, o donde se considera como atenuante de un delito ser menor de edad; donde se prohíbe la venta de alcohol o tabaco a los menores de dieciocho años y está fuertemente sancionado su incumplimiento, o donde se exige autorización de los padres para que un menor se coloque un piercing o se someta a una operación de cirugía estética.
Estas son las consecuencias del estrepitoso fracaso de la política adoptada hasta ahora por los gobiernos socialistas, que fomentaron una imagen excesivamente “progresista” de las relaciones sexuales sin promover antes una correcta educación sexual y sin prever que tanta permisividad provocaría un fuerte incremento de embarazos no deseados entre adolescentes que ahora resulta difícil de frenar. Después del “Póntelo, pónselo” de los ochenta y de regalar condones a mansalva en los noventa, ahora se autoriza la venta libre de fármacos abortivos (eufemísticamente llamadas “píldoras del día después”), cuando el resto de medicamentos necesitan receta médica para poderlos comprar en la farmacia.
Sabía que estaba gobernado por “tontos” atrevidos e incapaces con poder, capaces de todo por tal de mantenerse en el cargo y cobrar a fin de mes. Pero esta vez la cosa va demasiado lejos. ¿Es esta la nueva “educación para la ciudadanía”? Frente a tanto despropósito sólo me queda la OBJECIÓN DE CONCIENCIA y la DESOBEDIENCIA CIVIL.