La etimología es una ciencia curiosa. Permite conocer el origen de muchas de las palabras y expresiones que usamos a menudo, dando a la realidad una especie de lógica que nos hace comprender todo un poco mejor. Es como un augurio para conocer el presente cuando el pasado parece demasiado difuso. Augurar, por ejemplo, es una expresión que procede de la predicción que realizaban los monjes augures sobre cualquier acontecimiento. Es más, la raíz augur significa mirar las aves, porque mirar los pájaros era en el pasado lo más parecido a la predecir en la actualidad los movimientos de la bolsa.
A veces, las etimologías fallan. Por ejemplo, el día del trabajo que celebramos. La fecha del 1 de mayo se adoptó en la II Internacional, cuando los delegados socialistas de medio mundo se reunieron en París. El primero de mayo de unos años antes había tenido lugar una revuelta en Chicago que se saldó con la condena a muerte de sus instigadores. Esto que, sin duda, representaba un acontecimiento trágico digno de recuerdo, no era ni mucho menos de la gravedad de muchos de los incidentes que recorrían Europa. Allí lo que pasó es que los condenados por aquella huelga eran sindicalistas anarquistas, minoritarios en los sindicatos americanos. A través de esta conmemoración, la Internacional intentaba políticamente acercarse a un terreno más o menos ignoto pero de gran potencial de crecimiento como eran los Estados Unidos. Un acto de propaganda, vamos.
En España, aunque la celebración se oficilalizó hace unos 30 años, la historia no es menos curiosa. En 1977, con unos sindicatos ilegales ansiosos por poner sobre la mesa sus reivindicaciones, se planteó la posibilidad de organizar una manifestación. Evidentemente, a los grises de turno en sus últimos coletazos no les haría ninguna gracia tener la avenida del Generalísimo llena de sindicalistas, así que éstos se vieron avocados a realizar su manifestación en el barrio obrero de Vallecas, lo que no deja de ser un comienzo entrañable.
Es indudable que a los orígenes de la lucha obrera les debemos todos muchos platos de garbanzos que nos hemos llevado a la boca.
Sin embargo, quizá lo que un día justificó la conmemoración de un día de la lucha obrera no sea ya el motivo por el que debemos manifestarnos. Ahora no pone en peligro el plato de garbanzos de una familia el trabajar 18 horas al día, sino el no trabajar ninguna. Por eso debemos hacer una nueva reflexión sobre el significado de la fiesta, más allá de levantarnos tarde y no ir a la oficina.
Porque la etimología se equivoca y puede no decir nada, es necesario volver a pensar en qué es aquello por lo que luchamos.
Por eso, quizá, la palabra garbanzo es de etimología desconocida. No procede de ninguna parte. Solo hay algunos indicios de que su sufijo es de origen preindoeuropeo, algo así como de unos pueblos que -por lo visto- hablaban corinto o laberinto.
Quizá sea un augurio, de que los garbanzos nunca se sabe de dónde vienen del todo y debemos buscarlos constantemente, para poder sobrevivir.