Opinión

Para enmarcar

Manuel Giménez.

 Spain es different y, a veces, es para enmarcarla. Viene Paul Krugman, el premio Nobel de economía de 2008 a darnos lecciones de cómo se deben hacer las cosas por aquí. Normalmente no soy muy sensible para estas cosas, pero a veces me fastidian los gurús de auditorio que van dando lecciones por el mundo con el “te lo dije” siempre en la boca. Un caso paradigmático de esto son los popes de la economía y los analistas políticos. En España también los tenemos – los llamamos tertulianos-, lo que pasa es que aquí los identificamos rápidamente, los ponemos por parejas – tipo María Antonia Iglesias y Giménez-Arnau y los dejamos en Telecinco tranquilos con sus historias.

Al Sr. Krugman le bastaría con leer una página de cualquier diario nacional para comprender que la diferencia en España no estaba sólo en el eslogan. Contra la aterradora situación que el nobel defiende y la reforma rápida y dramática de nuestra estructura productiva, sólo cabe pedirle que dé un vistazo a la España real, que poco o nada se parece a la de su Teoría y Política de la Economía Internacional.

Guiados por la intención política de uno u otro color, la prensa manipula las anotaciones de las libretas de los espías de Esperanza Aguirre, la trabilla italiana de los pantalones de Paco Camps y los dimes y diretes del juez Garzón. Si para unos ocultó las retribuciones percibidas de la Universidad de Nueva York y debe ser apartado de la carrera judicial, para otros es el adalid de la libertad y de la persecución de los malhechores y los malversadores.

Entre los peajes que se pagan por vivir en España se encuentra sin duda hacer que nuestros escándalos de espías disten mucho de las operaciones que hicieron caer el gobierno Nixon y que la sofisticación de los reportajes no alcance a la pluma de Bernstein y Woodward. En cierto modo, José Tomás, el sastre lenguaraz, es la versión almodovariana de Garganta Profunda.

Para al Sr. Krugman que no se le ocurra entonces apoyarse en la falta de glamour de nuestros políticos, caso éste también muy socorrido, debe saber que esta clase política fue capaz de urdir el pacto de San Sebastián y el Congreso del Movimiento Europeo o, vaya mi censura por delante, Filesa, el GAL o las comisiones del 3% sobre las adjudicaciones de obras públicas exigido por el gobierno convergente de la Generalidad de Cataluña.

Pero hay una realidad más pedestre a ambos lados de la misma página del diario. Discretamente, dos referencias, simpáticas y sintomáticas a la vez. De un lado, la muerte de una chica en Bélgica a causa de la gripe aviar. Del otro, una mínima columna daba testimonio de la última política del bipartito gallego, llevada a cabo por el bloque nacionalista.

La gripe aviar. Tiene gracia. Hace meses, artículos a doble columna firmados por importantes científicos discutían sobre la idoneidad de llamar a la pandemia global gripe aviar o aviaria. Sólo había dudas en el nombre, pues la catástrofe era segura. Un estornudo en China, una paloma muerta en el parque de María Luisa, eran motivo para un fundado temor a doble página.

En el otro lado, como si lo hubieran puesto adrede, el último brillante resto de Antxo Quintana, su testamento vital. Gracias a sus gestiones, el diccionario de la Real Academia de la Lengua elimina en su próxima edición una de las acepciones de la palabra gallego. En países como Costa Rica, al tonto, bobo, lerdo o escaso de razón, lo denominan gallego. Esta reclamación viene de hace un par de años, cuando un diputado del BNG argumentó que esta acepción de gallego provenía de un país pequeño, de poca trascendencia y debía, por tanto, eliminarse.

Mucha tela, demasiada información para encajar la España cañí en el brillante manual de economía de Krugman. Lecciones de economía, en páginas de periódico, para enmarcar.


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