Opinión

De autocracia y otros vicios

Antonio Sánchez Martín.

Pueden hacerse muchas lecturas de los resultados que arrojaron los comicios electorales celebrados el pasado fin de semana, pero llama poderosamente la atención la mayoría obtenida por los partidos no nacionalistas en el País Vasco y la airada respuesta de los dirigentes del PNV calificando de “golpe institucional” cualquier acuerdo de gobierno que les excluya del poder. Lleva razón Patxi López, el máximo dirigente de los socialistas vascos, al advertir que “el PNV no es ni el régimen oficial, ni la religión que debe profesar obligatoriamente el pueblo vasco”.

Por encima de cualquier declaración de los políticos, -porque como es natural cada cual trata de arrimar el ascua a su sardina-, destaca el hartazgo de los votantes vascos ante tanta violencia y tanto discurso independentista, y en esta ocasión una mayoría de electores han dado su apoyo a partidos “constitucionales” cuyos programas apuestan por abandonar el enfrentamiento y normalizar las relaciones entre el estado central y la comunidad autónoma vasca.

Los lectores que siguen semanalmente esta columna de opinión conocen mi decidida defensa del respeto que merece siempre la lista más votada y por ello a la que debe corresponder iniciar los contactos para formar gobierno; pero me temo que en esta ocasión, por las especiales circunstancias que condicionan la vida en el País Vasco, -me refiero al terrorismo-, al Partido Nacionalista Vasco posiblemente le resulte difícil concitar tales apoyos entre los partidos que han sufrido directamente esa violencia entre sus propios militantes.

Las arrogantes e irresponsables declaraciones de los dirigentes del PNV al hablar de “golpe institucional” pueden convertirse en una nueva mano que encienda la mecha de la violencia a la par que señala a sus víctimas. Gran parte de la culpa de que los nacionalistas vascos no hayan logrado apoyos suficientes en estas elecciones para volver a gobernar en coalición la tiene la beligerancia “independentista” de sus dirigentes, cuando algunos, como el felizmente jubilado Xavier Arzallus, llegaron a mostrar una sonrojante indiferencia mientras el terrosismo se cobraba centenares de víctimas entre las fuerzas de seguridad del estado y los principales partidos “constitucionales” españoles, PP y PSOE.

En este sentido, los hasta ahora dirigentes vascos demuestran una gran hipocresía: Mientras las urnas les han permitido gobernar, ellos fueron los primeros demócratas y defensores de la independencia del pueblo vasco, pero cuando los resultados les son adversos se resisten a entregar el poder, acusando de “golpistas institucionales” a quienes se atrevan a disputarles el mando y la defensa de Euskadi. Es evidente y preocupante el estrecho paralelismo que se estable con dictadores como el venezolano Hugo Chávez, cuando ambos pretenden detentar indefinidamente el poder.

El problema que ahora se les presenta a los nacionalistas vascos es doble y tiene difícil solución a corto plazo: Por una parte, la mayoría de los votantes han abandonado la idea de “nación” y han sustituido el independentismo del Plan Ibarreche, por una alternativa más sensata y menos radical, apostando por una amplia autonomía similar a la que disfruta Catalunya dentro del estado español. Allí, también los nacionalistas de CiU fueron desalojados del gobierno por los socialistas y sus instituciones siguieron funcionando con plena normalidad. Por otro lado, la pertinaz persistencia en el gobierno de los mismos dirigentes nacionalistas y la obediencia ciega profesada a sus tesis por el resto de militantes han provocado que el PNV carezca de nuevos líderes para dirigir la necesaria renovación interna del partido.

El caso del País Vasco recuerda en parte al andaluz, y el miedo a ser desalojados del poder se comprende cuando se ha detentado el poder de forma omnímoda desde hace treinta años. Sin alternancia política las instituciones se convierten en meras prolongaciones del partido gobernante y sus puestos de dirección son ocupados de forma vitalicia por “comisarios políticos” que atienden preferentemente los asuntos que benefician al partido. Se sustituye así el régimen democrático por una “autocracia” donde cualquier opinión crítica es extirpada de raíz y purgados sus autores, para que los sustitutos en el cargo sepan que su principal responsabilidad consiste en obedecer “la voz de su amo” si quieren cobrar la suculenta nómina a primeros de mes y disfrutar del coche oficial y demás prebendas del poder.

Es lógico que en el País Vasco los ciudadanos hayan mostrado su hartazgo y retirado la confianza a quienes, después de treinta años, han sido incapaces de acabar con el miedo y la violencia, y fracasaron a la hora de establecer un estado de derecho donde todos los ciudadanos tengan cabida, sean o no euskoparlantes (o como diantres se diga). Otra cosa será ver cuanto dura un gobierno en minoría de los socialistas vascos y si éste se va a consentir desde la dirección nacional del PSOE, a riesgo de que derive en unas elecciones generales anticipadas, algo que, por otra parte y con la que está cayendo, no sería una mala consecuencia.

(arundalibris.es )


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