La vida es una repetición continua de hechos programados. Cuando nuestro programa sufre un cambio en su menú principal, el ajuste nos representó un quebradero tal que nos hace perder la escasa seguridad de ejecución con la que habitualmente nos desenvolvíamos.
Nos cansa la rutina pero poco podemos hacer por evitarla. Nuestro pensamiento se ve asaltado de pequeños problemas que se acumulan sin que nos propongamos irlos solventando y eliminarlos rápidamente de nuestros archivos.
La vida nos parece una representación continua de los mismos actos de una única comedia. Sólo hay un remedio eficaz que nos libera da la diaria tortura: el Amor. Sin embargo, no hacemos otra cosa que huir de él, aduciendo un sinfín de excusas en las que enterramos nuestras miserias, o incorporarlo a nuestro menú con una serie de restricciones de seguridad, que nos impiden seguir adelante si no violamos sus códigos.
Al programar el amor en numerosos códigos de seguridad, estamos limitando las “entradas”y “salidas” que pueden enriquecer nuestro disco duro (k). Luego es fácil quejarse de no ser “comprendidos” y no fiarnos del prójimo por sistema, en cambio, exigimos que los demás lo hagan de nosotros porque, obviamente, nadie más importante que uno mismo. Cada cual por doquier pensando lo mismo, pocas veces nos paramos a pensar en hacer algo para salir de la sofocante rutina a la que nuestro programa (k) nos somete. La mayoría de las veces optamos por lo seguro, renunciando a las aventuras más excitantes, si éstas pudieran violentar los códigos estrictos de acceso con los que hemos programado nuestra vida. Criticamos la apatía de los demás mientras no miramos a nuestra propia indolencia.
El mundo nos parece aburrido porque conectamos el programa de humor de 6 a 7 y luego lo desenfundamos de nuestra mente. Al que siempre está conectado le llamamos “payaso”, y al que navega sin códigos de seguridad loco.
Payasos, locos, comerciantes, humoristas, rebeldes, atrevidos, los quitamos de un plumazo, y nos visitan cada día pero cerramos nuestras “ventanas” con el “ratón” mas rápido que tenemos, que no es otro que nuestra mente cerrada. “A Dios rogando y con el mazo dando”.