Aunque a primera vista el título pueda parecer injuriante, “Los tontos con poder” es un divertido ensayo publicado por la editorial Almuzara, donde se recopilan las consecuencias que acarrea la indeseable presencia de –oportunistas, pelotas y recomendados- que inexplicablemente llegan a ocupar cargos de alta responsabilidad en empresas y en política; desde donde se pone de manifiesto las consecuencias que causa su incompetencia. “Antes, sólo los de la familia sabíamos que era tonto, pero ahora que lo han hecho concejal lo sabe todo el mundo”, resume elocuentemente una frase del libro que ilustra a la perfección lo que decimos.
El libro advierte también de que “la estupidez humana no tiene límites y casi siempre se subestima el potencial nocivo de los estúpidos con poder”. -El daño que puede causar un “tonto” en un puesto de responsabilidad es incalculable-. Además, también alerta de que “la asociación con este tipo de individuos constituye un gravísimo error que siempre se acaba pagando”. Por definición, -tonto, es el que hace tonterías-, pero detrás de esta perogrullada hay toda una amplia variedad de sujetos capaz de cometerlas: -Hay tontos que tontos nacen, hay tontos que tontos son, y hay quienes parecen tontos, pero tontos no son-, reza un aforismo que permite clasificar a tan perniciosos individuos.
El tonto de nacimiento o –tonto del bote-, es una tipología frecuente en el mundo empresarial donde alcanzan altos cargos gracias a ser familiares de directivos, de accionistas mayoritarios de la empresa, o merced a la recomendación de alguna amante del jefe que se cobra así los inconfesables favores prestados. Variedades genéticas del anterior son el –tonto cansino-, individuo sumamente feliz e insulso, que cuando logra concebir una idea se emociona tanto que la explica una y otra vez creyendo que nadie se entera (cuando es él mismo quien la repite porque está intentando comprenderla); y también el popularmente conocido como –tonto reglamentista-, especialista en poner trabas absurdas y en devolver impresos a su juicio -mal confeccionados-. A que les suena, ¿verdad? Su presencia suele ser muy habitual en mostradores de organismos oficiales y se les responsabiliza de una pérdida estimada entre el 15 y el 20 % del tiempo productivo de los sujetos a quienes atienden (entretienen).
Por el contrario, el –tonto útil o tonto marioneta- es la modalidad predominante en el ámbito político y sus “tonterías” (llamadas con eufemismo -decisiones desacertadas-) causan indescriptibles perjuicios a los ciudadanos. Inacabables obras en calles y carreteras, organización de eventos que resultan ruinosos para el erario público y un desmesurado “afan de protagonismo” son signos característicos que nos permiten reconocerles. Su versión masoquista es el –tonto mofletes-: Circunspecto portavoz destinado a dar la cara ante la prensa cuando sus jefes meten la pata. Estos “tontos con poder”, lejos de ser unos débiles mentales como los anteriores, suelen ser personas de escasa cualificación, en los que se delegan intencionadamente cometidos de cierta responsabilidad para dilatar aposta los temas que menos interesa resolver o para que no metan sus narices en asuntos de mayor importancia.
Aunque lo parezca, la estulticia no es patrimonio exclusivo de los varones, y la “Barbie” o –tonta tipito- representa la cuota femenina en esto del poder inmerecido. Su figura, nunca mejor dicho, es más habitual en la empresa, donde asciende –vía fashion-, que en el poder político, donde poco a poco van ganando terreno, y al que acceden gracias a las listas cremalleras, cuotas paritarias, y demás zarandajas por el estilo que les permiten erigirse, salvo raras y honrosas excepciones, en déspotas y recalcitrantes feministas con poder.
Por desgracia, la presencia de -tontos- en política es más numerosa de lo deseable, sobre todo en los ayuntamientos, donde constituyen una auténtica plaga. Sus cargos son consecuencia del “peloteo pertinaz” y de un vicio endémico de nuestro país llamado “recomendación”, práctica enemiga de la -sociedad del mérito-, en la que cada cual debería ocupar los puestos por sus capacidades y no como hasta ahora viene siendo habitual: -por las recomendaciones de papá, del PP o del PSOE-, o del caudillo de turno, que otorga “cargos de confianza” entre los pelotas de su partido como quien se paga una ronda de cañas con pinchos de tortilla: Tú Vicente, serás gerente; Marcial, el Director General, y tú Macario, serás mi secretario. Con semejantes criterios y el atrevimiento que propicia la ignorancia de los –tontos- “agraciados” con el poder, el caos y el desastre administrativo está garantizado.
Y finalmente, hay quienes sin ser –tontos-, lo parecen. Estos últimos tienen más peligro porque, a diferencia de los anteriores, suelen ser personajes inteligentes, lo que les convierte en auténticos “malvados”, que llegan a ocupar las más altas esferas del poder, desde donde cometen sus “tonterías” por intereses de partido, del gobierno, o simplemente para mantenerse en el poder. Sus consecuencias son aún más graves e impredecibles… Así pues, a nadie le debe de extrañar que cuando todo un Presidente de Gobierno piensa que el café aún vale ochenta céntimos, nos meta de cabeza en plena crisis (perdón, -profunda desaceleración-) y luego no sepa salir de ella.