España se está convirtiendo en un país de hooligans, palabra inglesa que viene a definir a los seguidores de equipos de fútbol a los que su cerrazón y fanatismo hace incluso actuar de forma vandálica para la defensa de sus colores.
No sólo en el fútbol existe este movimiento. Puedo comprender, aunque no compartir, que haya personas que no llegan a final de mes e incluso a principio y defiendan a capa y espada el gasto que hacen los equipos de fútbol de miles de millones para fichar a un jugador o justifiquen lo que cobran algunos, aunque el salario sea indecente. Pero de ahí a ir a aplaudir a un jugador que va a un juzgado acusado de fraude fiscal, dinero que hacienda recauda para el bienestar de todos, existe un abismo difícilmente explicable. Por muy bien que juegue al fútbol debe pagar sus impuestos ¿o si usted es un magnífico albañil está exento de pagar sus impuestos?
Esto se ha trasladado a muchos ámbitos de la sociedad. Si el líder de su partido defiende que hay que bajar los salarios, cosa que no gusta a nadie (creo), es esperpéntico ver como en el Congreso los diputados de su propio partido aplauden a rabiar, a partir de eso imaginen todo lo demás que ello conlleva.
Estamos viendo como en los juzgados aparecen políticos, sindicalistas, empresarios… sospechosos de habérselo llevado calentito. Ante eso lo lógico sería pedir explicaciones y solicitar que si ha habido algo se aclare lo antes posible, pero aquí no, aquí nos ponemos en plan hooligans y nos vamos a apoyarlos aplaudiéndolos y poniendo en duda la justicia.
No seré yo quien valore la imparcialidad u oportunismo de quien juzga, pero al menos dejémoslos hacer y si no hacen bien su trabajo pidamos responsabilidad, pero empezando por nosotros mismos. Si no, mal vamos.