Agárrense al sillón que vienen curvas, sobre todo los que contemplamos estupefactos las mareantes cantidades que reciben los galácticos del fútbol cuando un club se empeña en traerlo a sus filas o se empecina en que siga formando parte de un once titular. Por una u otra razón Gareth Bale y Cristiano Ronaldo se van a embolsar nada menos que 200 millones entre los dos. Y lo que nos hace llegar al paroxismo del estupor es que el primero acaba de declarar algo así como que si fuera por él vendría al Madrid “sin cobrar nada”, y al otro galáctico afirmar que lo que importa no es el dinero contante y sonante sino “ el cariño del que carece su club cuando pide más dinero” por prestar sus impagables servicios. Con la llegada de Bale al Real Madrid Florentino Pérez ya tendría su once de gala. El presidente ha fichado a 11 galácticos en sus dos etapas como máximo mandatario blanco, por un montante que alcanza los 572 millones de euros.
Recuerdo cuándo asistí por última vez a un partido de fútbol. Creo recordar que cuando contaba algo así como 10 años. Ya ha llovido desde entonces. Peino canas, no muchas porque el cabello por mor de mi edad o ha desaparecido de buena parte de mi camocha o se muestra ralo con un colorcillo indefinido. Quiero decir que entre mis afecciones no figura este deporte considerado como nacional en muchos países, entre ellos España. Jugaba al fútbol con esa misma edad, año más, año menos, y solo en el “recreo” de la escuela infantil de los años 40, pomposamente llamada “Grupo Escolar”. Dejó pronto de interesarme y jamás me llamó la atención como espectáculo que suscita pasiones y diatribas en todas las capas de la sociedad. Se trata de uno de los deportes de masas que entraña más riesgos: lo experimenté cuando me saltaron un diente de un balonazo en la “camocha”, que decimos los serranos rondeños refiriéndonos a la cabeza, en mi edad anterior a la pubertad. Desde entonces, como hizo Aníbal con Roma, “juré odio eterno al fútbol”.
La natación, el esgrima, el ciclismo, la equitación, las carreras pedestres y la mayor parte de los deportes incluidos en Olimpiadas, me parecen nobles, diría que señoriales. Se constata el pundonor, la nobleza de llegar hasta donde otros no pueden sin atentar contra la integridad física del oponente. En el fútbol se propinan cabezazos, zancadillas, trompicones y una desbocada intención de anular al contrario recurriendo a prácticas que dejan mucho de desear y que guardan reminiscencias de las empleadas por nuestros antepasados arborícolas en su lucha despiadada por la vida.
En fin, produce vergüenza ajena que haya quien se embolse 100 millones de euros por dar patadas con habilidad a la pelota mientras millones de familias sufren privaciones sin cuentos y 3 de cada diez niños españoles se van a la cama cada noche con hambre. Algo está funcionando mal en esta sociedad que da pie a semejantes y contradictorias situaciones.