Para las estrellas también pasa el tiempo, y aunque las veamos aparentemente inmóviles (si las vemos moverse es porque se mueve la Tierra) e invariables, las estrellas también nacen, evolucionan y mueren: nada en el Universo es eterno, si no es el propio Universo en su conjunto cambiante.
Pero tanto el nacimiento como la vida y el final de una estrella, puede acontecer de formas muy diferentes, según su tamaño y relación con el entorno y vecindario que le rodea. Siendo uno de sus finales más apoteósicos la conversión en supernova, en cuyo caso nos detendremos especialmente en este artículo.
¿CÓMO NACEN LAS ESTRELLAS?
Parece ser que el elemento químico más abundante en el Universo es el hidrógeno (H). Y es lógico que así sea (sus átomos están formados por un solo protón en el núcleo y un único electrón en la periferia).
Dejando ahora a un lado las teorías sobre el origen del Universo (y por tanto del hidrógeno), lo cierto es que la distribución en el mismo de ese elemento básico no sería uniforme en toda su extensión (si es que se puede hablar de tal concepto en el todo). Así que se formarían acumulaciones de ese gas que, aunque muy ligero, es materia y, por consiguiente, tiene y está sujeto a la fuerza de la gravedad.
Y, obedeciendo a esta fuerza gravitatoria, la materia tiende a engrosar cada vez más material y comienzan a formarse brumos más y más grandes, cuyos centros pueden llegar a soportar altísimas presiones y la temperatura aumenta vertiginosamente: todo ello regido por la ley básica que relaciona la temperatura (T) con la Presión (P) y el volumen (V): T=P/V.
Cuando esta temperatura alcanza valores límites, se desencadenan reacciones nucleares (donde ya las leyes son otras) y el hidrógeno se convierte en helio, liberándose gran cantidad de energía (calor, luz, etc.): ha nacido una estrella.
MADUREZ ESTELAR
Durante la vida de una estrella, el hidrógeno se consume, a medida que va aumentando su contenido en helio. Se establece un equilibrio más o menos estable entre la presión la temperatura y su volumen, con altibajos pequeños entre cada una de estas constantes. Pero cuando su combustible (el hidrógeno comienza a agotarse, se contrae de tal manera que la temperatura interior del astro llega a valores que permiten la transformación del helio en elementos más pesados: la estrella vuelve a aumentar de tamaño, convirtiéndose en gigante roja que, durante miles de millones de años fabrica elementos más complejos cada vez: incluso como el hierro.
OCASO Y SUPERNOVA
Pero llega un momento en que la masa estelar ya contiene tantos elementos pesados (difícil de producir reacciones nucleares), que la gravedad vence a la fuerza de expansión, y el material se derrumba sobre sí mismo (por así decirlo). La estrella colapsa y, dependiendo de su masa puede tener diferentes finales, todos ellos trágicos desde el punto de vista físico: enana blanca, estrella de neutrones, agujero negro, … Pero, tal vez antes, pasando por una gigantesca explosión nova o supernova que, durante un corto tiempo (días o meses) brilla tanto como una galaxia entera, desparramando a su alrededor los materiales que darán con el tiempo origen a otras estrellas de segunda generación. Y así sucesivamente (se dice que nuestro Sol es una estrella de tercera generación).
SUPERNOVAS HISTÓRICAS
Durante la historia de la Humanidad, han debido tener lugar muchas explosiones supernovas, que habrán llamado la atención de nuestros antepasados, y de algunas de ellas existen registros. Tal es el caso de la observada en 1572 (SN 1572) en la constelación de Casiopea.
Pero la más reciente (y última por ahora) es la supernova de 1604 (SN 1604), cuyo primera noticia es del día 9 de octubre del citado año. Si bien, el astrónomo alemán Johannes Kepler la observó por primera vez el 17 de ese mes, siendo quien más la estudió, por lo que se la suele conocer como Supernova de Kepler. Situada también en nuestra Galaxia (constelación de Ofiuco), y a unos 20.000 años luz de distancia, esta estrella brilló más que ninguna otra en nuestros cielos nocturnos, compitiendo con el planeta Venus (su magnitud en el máximo llegó a ser de -2,5.
Curiosamente, pudo haber personas que contemplaran estas dos supernovas con sólo 32 años de diferencial. Pero desde 1604, no se ha podido o0bservar ninguna otra en nuestra Vía Láctea, aunque sí en otras galaxias.
BETELGEUSE, CANDIDATA
Recientemente los científicos anda alarmados por la repentina y considerable pérdida de brillo sufrida por la gigante roja Betelgeuse, una de las principales de la famosa constelación de Orión (la superior izquierda). y se cree que podría convertirse en supernova de forma inminente (días, semanas, meses, años, décadas, .., no se sabe).
Betelgeuse se encuentra a unos 600 años luz de distancia de la Tierra, lo que significa que si observáramos ahora su explosión supernova, ésta habría tenido lugar realmente hace 600 años.
De ser cierto, podría ser extraordinariamente llamativa, porque la distancia es mucho menor que en el caso de la supernova de Kepler pero, según los científicos, tampoco entrañaría peligro alguno para nuestro planeta. Pero no porque el suceso haya podido ocurrir hace 600 años, sino porque sus efectos, desde la distancia de 600 años luz, llegarían suficientemente debilitados para no ser peligrosos. De hecho, no hay nada que viaje a mayor velocidad que la luz, por lo que no tiene sentido su existencia antes de ser observado. Nos enteraremos en el futuro, si realmente ocurrió o no ocurrió.