… se ha librado del paso de un buen número de vehículos a cuyos conductores no les compensa el tránsito por estos enrevesados callejones y se han decidido por la circunvalación para ir a sus destinos, demostrando lo positivo de las medidas que señalé la semana pasada. O, lamentablemente, estaré solo soñando y todo sigue igual.
No lo sé, pero la circunvalación no es solución para el tráfico rodado propio de los vecinos. Sí lo es para los que simplemente pasan por aquí, van a destinos periféricos o conducen vehículos pesados. No está indicada para la vida cotidiana de los rondeños. Además de ser un trayecto siempre más largo, resulta también más peligroso y podría llegar a colapsar al ser una vía que no está diseñada ni dimensionada para absorber ese tráfico. Está claro que resulta imprescindible encontrar soluciones más adecuadas para comunicar sur y norte de la población y liberar la presión de los coches sobre La Ciudad. Estas soluciones no son fáciles pero sí posibles.
Creo que todos somos conscientes de la topografía de Ronda. Es una población desarrollada alrededor de un eje norte-sur desde su núcleo inicial en lo alto de una alta meseta cortada a pico a poniente, La Ciudad, y su recinto amurallado. Al sur solo tuvo una pequeña expansión con El Barrio y miró al norte, más afable. Se extendió por Padre Jesús aprovechando la mayor facilidad para cruzar el río a la entrada de la garganta del Tajo, y siguió ganando las alturas de la meseta hacia el norte. La construcción de El Puente potenció este movimiento. Hace un siglo el ferrocarril cortó este desarrollo y lo desvió al noreste Los nuevos barrios que fueron surgiendo a partir de los años cincuenta, de forma más o menos ordenada, se fueron adosando siguiendo este nuevo eje.
El desarrollismo de los años sesenta fue despoblando el casco antiguo, que empezó a deteriorarse. Surgieron a voleo los monstruos de escandalosas alturas que todavía hoy escandalizan las vistas lejanas y rompen todas las perspectivas. Menos mal que en esos momentos intervino en Ronda la Administración. Una administración nada democrática pero muy sensata y consciente de sus deberes, que gastó muchísimo dinero para recuperar y mejorar nuestro patrimonio. Pons Sorolla se enamoró de nuestro pueblo y echó el resto con él. Un equipo de urbanistas apasionados y volcados también con Ronda, diseñaron un planeamiento proteccionista que evitó mayores males. Estábamos casi salvados.
Casi. Los primeros años democráticos nos fueron muy bien. El planeamiento ya en vigor evitó muchos disparates, aunque no impidió la demolición del Teatro Espinel, y la parte antigua contaba con una Declaración que lo protegía bastante. Las desaforadas alturas pasaron a la historia y el entorno del Conjunto Histórico quedaba vedado en un radio de 500 m y no se permitía rebasar los visos con las edificaciones para no alterar las perspectivas. Fue la época de la hermosa imagen de Ronda desde la bajada de la carretera de San Pedro que tantos visitantes gozaron y fijaron con sus cámaras.
Poco duró la felicidad: Llegó al poder un partido que había creado muchas esperanzas pero que, desgraciadamente, trajo con él un invento terrorífico: el impuesto revolucionario. La idea era en principio positiva. Como faltaban tantas infraestructuras pensaron que los promotores de obras debían colaborar para dotarnos de las necesarias. Estas colaboraciones abrieron el camino delincuencial que tanto daño nos ha hecho. Empezaron los pelotazos, las informaciones privilegiadas y “los favores”. Terrenos que nunca debieron urbanizarse se fueron poblando. El crecimiento urbano solo respondía al dinero repartido, desaparecieron lógica, previsión y moderación. Nuevas barriadas alteraron definitivamente el equilibrio ciudadano, el Patrimonio y el Medio Ambiente pasaron al último plano.
De las dos últimas décadas mejor ni hablamos. Los Mandantes se pusieron como objetivo transformar Ronda en Torremolinos La Sierra. La aprobación de un Plan General que empezó como posibilista y acabó dirigido a negociantes y comisionistas, nos dio la puntilla. Los planes para el Conjunto Histórico, en manos de ilusionistas, no prosperaron y la revisión del Plan ha sido un total fiasco repleto de irregularidades. Nos encontramos con Los Disparates. Los dos que más nos han afectado en el crecimiento del tráfico por La Ciudad y El Puente ya los señalé en mis anteriores articulitos, no creo necesario volver a hacerlo.
Ahora tenemos que resolver este problema que nunca habría surgido si quienes tenían obligación de velar por los intereses de todos, los Sentados de aquel momento, hubieran actuado en consecuencia. El problema es tan grave que los ahora Sentados, superados y sin buscar asesoramientos o menospreciando los recibidos, se han lanzado al precipicio (soslayando el del Tajo) de cortar El Puente sin encomendarse a Dios ni al Diablo, tomando irreflexivamente medidas absurdas y costosísimas que a nada bueno conducen y van contra todos. Bueno, es posible que los conmilitones y agradaores les doren la píldora y los defiendan en público. Habrá que oírlos en casa.
He paseado por allí. Los grandes letreros son ilegibles para un conductor si no quiere accidentarse o provocar un atasco. Si es extranjero, imposible lograrlo. Las señales, siendo biempensados, anormales. He visto turistas peleándose con sus tomtoms o con cara de lelos al ser bloqueados. Sin comprender nada cuando, tras cruzar el puente, han sido parados por la patrulla vigilante, (no sé si sancionados). Gente diciendo que necesitaba pasar, otros pidiendo por favor que los dejaran, por todos lados caras que no expresaban nada bueno. Y ¿para qué? Solo encuentro una “presunta” razón: implantar una hipermegasuperseñalización absurda, irregularmente colocada, incomprensible y dudosamente legal que cuesta mucho dinero. ¿Será malversación o prevaricación? Tal vez las dos. De nuevo y por supuesto, “presuntamente”.
Me he enrollado más de lo que pensaba y no he hablado de mis soluciones. Lo haré.
Pero eso será otro día.