Existen a lo largo del año cuatro puntos o hitos muy marcados en la órbita que describe la Tierra alrededor del Sol, y que coinciden con el comienzo astronómico de las cuatro estaciones meteorológicas del año: Primavera, Verano, Otoño e Invierno.
La inclinación del eje de rotación de la Tierra, respecto del plano de la órbita que ésta describe alrededor del Astro Rey, hace que nuestro planeta muestre a su estrella, con diferente exposición, las distintas áreas de su superficie a lo largo de una revolución completa. Esto se plasma en acusadas variaciones atmosféricas y meteorológicas a lo largo del año, de forma alternativa en cada uno de sus dos hemisferios. Si bien, últimamente, se conviene en no hacer coincidir los comienzos de las estaciones meteorológicas con las astronómicas, como hemos visto recientemente, en que este invierno comenzó, meteorológicamente hablando, el pasado 1 de diciembre, mientras que desde el punto de vista astronómico comenzará el próximo 21 de diciembre, concretamente a las 16:28 horas UTC y de Canarias (17:28 horas en España Peninsular y Baleares).
LOS SOLSTICIOS Y LOS EQUINOPCIOS
Como decíamos anteriormente, la inclinación relativa del imaginario eje de rotación de la Tierra, respecto del Sol, da origen a las distintas manifestaciones climatológicas en nuestro planeta y que los humanos hemos resumido en cuatro, como ya he nombrado al principio.
Esto es así, coincidiendo con cuatro hitos en la órbita planetaria, más o menos marcados desde el punto de vista percibido por el espectador normal y corriente, pero geométricamente bien delimitados para el observador científico.
Así, para nuestros ancestrales prehistóricos, esos instantes no estaban muy bien definidos, pero ya eran conocidos de generación en generación, y no ausentes de misterio, creencias religiosas, mitológicas y hasta supersticiosas, acompañadas de temores y venturas sobrenaturales.
De esas cuatro etapas o situaciones, era lógico que la que más debía afectar negativamente al ánimo de nuestros antepasados, debía ser el solsticio de invierno (éste que va a tener lugar dentro de pocos días). No en vano es el momento del año en que el Sol nos alumbra el menor tiempo de las 24 horas del día en nuestro Hemisferio Norte, fenómeno que se acentúa a medida que el observador se sitúa en latitudes más septentrionales.
Ellos veían (como también nosotros), como el Sol se desplazaba paulatinamente, día tras día, cada vez más al sur; salía cada día más tarde y se ocultaba cada vez más temprano. Y llegaban a pensar si llegaría a no salir nunca, cosa que les aterraba. Cosa que realmente ocurre por encima del Círculo Polar Ártico, donde también habrían seres humanos.
Ni que decir tiene que esto se traduciría en múltiples prerrogativas paganas a supuestas divinidades, para que les favorecieran en semejantes circunstancias. Condiciones que se invertían con acciones de júbilo desmesurado en pocos días con agradecimientos y hasta sacrificios de animales y humanos, una vez que advertían que sus plegarias habían sido escuchadas y atendidas por, fueses las que fuesen entidades sobrenaturales.
Y llegaba el momento opuesto, el instante del año en que el Sol alumbraba en el Hemisferio Norte un lapsus máximo a lo largo de las 24 horas del día, su recorrido en el cielo es máximo y su orto y ocaso se producen lo más al norte posible en nuestro hemisferio boreal. Además, la recolección de los cereales y de la mayor parte de frutos había terminado, eran momentos de abundancia y esto había que celebrarlo por todo lo alto (aunque tampoco estuvieran ausentes estos festejos de estúpida inmolaciones u ofrendas (probablemente al «dios» Sol).
Los punto intermedios a estos dos solsticios apuestos (de invierno y de verano) son los llamados equinoccios (de primavera y de otoño), que tienen su comienzo, respectivamente, alrededor del día 21 de marzo y del 21 de septiembre.
Estas dos etapas no están tan marcadas, sobre todo no lo estarían para nuestros primitivos antepasados pues el Sol no marca ninguna posición muy definida en el horizonte, sino aquella equidistante entre los solsticios indicados anteriormente, momento en que también se darían cuenta, de forma más o menos velada, que el día y la noche tenían la misma duración. Hoy sabemos que esta duración es de 12 horas para cada una de las dos fases diarias de iluminación y oscuridad, e iguales en cualquier parte de nuestro planeta.
Aclaremos también que todo lo dicho anteriormente se refiere al Hemisferio Norte de la Tierra (lugar en el que vivimos, creo que la totalidad de los que leamos este artículo), pero que de forma recíproca y alternativamente se suceden en el Hemisferio Sur.
Dispongámonos pues a celebrar felizmente, pero de forma moderada y razonable, éste nuestro solsticio de invierno que, en nuestras latitudes coincide además con las consiguientes festividades de Navidad, Año Nuevo y Reyes. En el Sur, solsticio de verano. Con frío o calor: ¡FELICIDADES a todo el mundo!