Hoy hace un año del fallecimiento de Pedro Pimentel, mi padre. Tenía 97 años y tenía sus facultades tan bien que decía que llevaba viviendo 75 años de más. Lo dijo porque hablando de sus recuerdos me contaba cómo a su padre y a él los habían acusados de rebelión militar y estaban encerrados con tantos otros esperando que los sacaran cualquier madrugada y los fusilaran.
Toda la familia eran zapateros que hacían calzado a medida, sobre todo botas para el trabajo en el campo y com- plementos como bolsas y zurrones. Eran socialistas y de la cnt como todos, según le gustaba decir. Su padre era llamado Frasquito el bueno y había mediado enérgicamente contra los paseillos evitando que se lo dieran a cuantos se enteró que iban a buscarlos.
Sin embargo cuando se adueñaron de Ronda los fascistas fue uno de aquellos que ellos salvaron quien les delató como miembros del PSOE y de la Junta de Defensa de Ronda. Víctimas todos de los planes genocidas de los militares que obedecían las órdenes de los banqueros. Los acusados murieron como hombres valientes en la tapia del cemen- terio y viven en nuestra memoria como héroes y los acusadores vivieron una vida fantasmal y agónica apareciendo en los malos recuerdos del pueblo como una pesadilla. Todos los españoles de una u otra forma fueron víctimas del terror fascista que empezaba a devorar Europa.
Pedro, mi padre, se salvó de ser fusilado por la misma razón que mi abuelo y tantos otros fueron asesinados: sin razón alguna, aunque medió un tío suyo falangista que amenazó al jefe de los matarifes con pegarle un tiro, pero lo condenaron al frente donde con algunos otros intentaron pasar a zona republicana pero no pudo porque un bombar- deo de la aviación lo hirió gravemente. Aún tenía metralla en el costado izquierdo.
Fue irreductible a pesar del régimen y las penurias familiares, ayudando a muchos durante los años 40/50, su taller era punto de encuentro y transmisión de las noticias de La Pirenáica, y con la democracia votante fiel del partido socialista, admirador de Santiago Carrillo y de Rodríguez Zapatero, siempre alertando sobre las mentiras y el peligro de la derecha fascista española.
Todos los años el uno de Noviembre llevó una ramo de flores con la bandera republicana a la fosa común y la coloca- ba sobre el sitio en el que estaba su padre. Yo le acompañaba y también llevábamos flores a la tumba de su madre, un nicho que ella quiso tener en ese patio número cuatro donde están las fosas de los asesinados por los fascistas, para estar cerca de su marido, decía ella, y luego mi padre me encomendó que yo lo enterrara a él con su madre, y que cuando exhumáramos a su padre que lo pusiera a descansar con ellos.
Toda la vida desde 1936 desearon ambos recuperar a su marido y padre. Ahora hace 75 años y mientras los bancos y sus acólitos piensan igual que entonces como esquilmarnos, nosotros en la memoria histórica buscamos la verdad, la justicia y la reparación.