Nos resentimos de un error que en la época de vacas rollizas ni nos pasó por las mientes. Fue creer a pies juntilla que el colosal endeudamiento no nos pasaría factura. Confiábamos en un papá Estado dadivoso del que creíamos que nos cubriría con su manto protector desde el nacimiento hasta nuestra decrepitud. Nos equivocamos de medio a medio. Gestores públicos, en los que confiadamente hicimos residir nuestras esperanzas en cuanto a un ejercicio de prácticas administrativas honrosas dilapidaron el caudal que se les confiara, obviando la obligación que tenían de servicio leal al ciudadano. Ahora, a resultas de la dilapidación de los fondos públicos por parte de de quienes no supieron o no quisieron separar debidamente el trigo de la paja, nos hundimos en un pozo sin fondo del que no sabemos cómo salir.