Como siempre, me gusta escribir por adelantado y, aunque esta semana, en Ronda, todo rondará alrededor de la moción de censura en nuestro Ayuntamiento; por mi parte voy a seguir hablando del Gobierno (o desgobierno) Central.
A pesar de que las aguas cada vez bajan mas turbias y enfangadas, al final, si los ciudadanos abrimos los ojos (y los oídos), la cosa no ha podido quedar más clara. Ahora cada cual se ha definido y solos se han colocado en su lugar y en su punto de partida.
En su punto de partida original, sí, porque habrá nuevas elecciones si Dios (o el Rey) no lo remedia. Pero cada uno partirá no ya de cero, sino con los calificativos, señuelos y banderas que ellos mismos se han adjudicado en todo este tiempo. Queda un plazo aun de posibles (o imposibles) negociaciones, pero no creo que den un fruto final, salvo el reforzamiento del acuerdo PSOE-Ciudadanos, contrariamente a lo que muchos otros esperarán.
De entre algunas de las cosas que nos están quedando claras en estos últimos días, quiero destacar las siguientes, que constituyen, como reza el título de este artículo, las verdaderas “joyas” de la Corona (dicho, claro está, con la correspondiente ironía):
Después del espontáneo (sí espontáneo, como el aficionado que se tira al ruedo taurino) y estrepitoso abrazo (y beso en los labios, como el mismo protagonista afirmó en la segunda convocatoria), Iglesias brindó a Domènch en la primera sesión de investidura; va el primero y suelta en la segunda:
“Fluye el amor y la pasión en la política española”. “Pedro, solo quedamos tú y yo”. “Ojalá a partir de esta noche el acuerdo al que lleguemos pueda llamarse ‘el acuerdo del beso’”.
Así que ya sabe Pedro Sánchez lo que le espera si permite que Iglesias pacte con él: Un beso en la boca. Que por otra parte, si los dos quieren, no estaría mal. Lo peor sería un beso de traición, como el de Judas. Y el descubrimiento en la segunda de las sesiones de investidura de otra nueva “joyita”. El señor Rufián (Gabriel), de ERC (Esquerra Republicana de Catalunya), que tal vez está resentido de que en Cataluña le llamen charnego (porque es hijo y nieto de andaluces, según él mismo ha manifestado en la tribuna de oradores), y quiere ganarse la catalanidad, que tal vez no tiene aun, uniéndose al desafío por su independencia. Y no sabe que es entonces cuando verdaderamente sería charnego en Cataluña, puesto que en el resto de España no lo es, ni en las demás regiones españolas llamamos de ninguna manera despectiva a los catalanes, salvo que son muy peseteros (porque es una realidad).
Probablemente no sabe tampoco el señor Rufián que, cuando tuvo un gran auge en Cataluña la palabra charnego fue en el siglo XVI, cuando hubo una fuerte inmigración francesa en esta región española, y así le llamaban tanto a esos inmigrantes como a los hijos de sus matrimonios mixtos nacidos en Cataluña. Luego, ese vocablo se siguió utilizando en Cataluña para los inmigrantes o hijos de inmigrantes, procedentes de otras regiones españolas.
¿Por qué ahora esos resentimientos renovados, cuando ya no deberían tener sentido y, además, solo ha tenido (y tiene) algún sentido, precisamente, en Cataluña?
Por otra parte, si buscamos en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua la palabra “rufián”, la verdad es que su significado no es precisamente algo honorable o insigne, más bien al contrario. Y estoy seguro que el señor Rufián estará muy orgulloso de su apellido (como cada uno lo estamos del nuestro) aunque, en este caso, no de su significado. Pero, si profundizamos en la Antroponimia, tanto el origen de los nombres como el de los apellidos, tienen un fundamento en alguna cualidad o razón, personal o familiar, de nuestros antepasados remotos (como los motes en una actualidad algo más reciente). Espero y deseo que no haya ninguna relación a estas alturas entre su condición personal y su curioso e infrecuente apellido.