Salió oxi. El resultado del referéndum griego fue un no gigante. Si la decisión de organizarlo fue acertada o no, ya da igual. Durante una semana, todos los ciudadanos, toda Europa tomó partido por una u otra opción con una intensidad no conocida en la historia reciente de la Unión Europea. La preocupación de Grecia se ha convertido en problema central de italianos, eslovenos, polacos o españoles. Un problema interno. No se trata de una de esas cuestiones de telediario y periódico que se escuchan, pero ni se entienden ni se hablan. Es materia de bar. Como el paro, la corrupción, en su día ETA, el nacionalismo o Iker Casillas. Una de esas discusiones en las que todo el mundo parece ser experto.
En estos últimos cinco días se han sucedido los movimientos políticos para llegar a un acuerdo de rescate para Grecia, las propuestas. Con ellas, las valoraciones de todo ello en tertulias y sanedrines, privados y televisados. Ya todos sabemos que, aunque no hay garantía de éxito, parece que políticos y burócratas han ganado un poco de prudencia y tratan de entenderse. Veremos qué sale.
Con independencia del resultado, creo que hay otro elemento importante que no debe ser ignorado. Durante unos días, hemos recuperado –estamos recuperando- el sueño de una Europa unida.
Este sueño de Europa nació de Monnet, Schuman y Adenauer en 1950, con el propósito de crear una unión cada vez más cercana entre los pueblos de Europa. Quisieron que se hiciera poco a poco, de una forma que muchos llaman efecto derrame. Progresivamente la Unión iría extendiéndose a nuevos horizontes, avanzando y empapando cada vez a más gente. Empezar por los aranceles exteriores, luego las fronteras, las ayudas sociales, las becas Erasmus, la moneda única. Luego un gobierno, un ejército…¡una federación!
Ese sueño común permitía avanzar, tolerando el gasto desproporcionado, la falta de democracia, las instituciones europeas burocráticas e incomprensibles. Y todo era porque creíamos en Europa.
Al secarse en los últimos años el pozo del proyecto común, dejó de brotar el entusiasmo y quedamos como desengañados, perdidos y sin ilusión. Han sido los años de la fallida constitución europea, de las crisis migratorias, la crisis financiera, la pérdida de relevancia de Europa en el mundo. El grexit, el brexit y los pigs.
Quizá nos equivocamos al pensar que Europa es un pozo del que tiene que manar un río cuyo caudal nos lleve a un estado federal soñado. Igual Europa, como dijo Helen Wallace, es un péndulo. Una naturaleza inestable que oscila permanentemente de un extremo al otro. Ora muy bien, ora muy mal. Quedémonos con la imagen de un péndulo que se mece, porque así es como avanza Europa, poco a poco y a compás, pero tanto avanza, como retrocede. Siempre dentro de unos límites.
El referéndum griego, quizá fue el punto máximo de tensión de ese péndulo, que marcaba cómo la cosa iba jodiéndose cada vez más. Quizá venga sucedido por un periodo de nueva solidaridad entre los pueblos de Europa.
Bien, aprovechemos, cojamos fuerzas. Al sueño europeo no se llega en línea recta. A lo mejor tenemos que seguir el péndulo. Tic-tac, tic-tac, recuperemos el sueño, aunque sea por hipnosis. A lo mejor funciona.