Monedero ha abandonado el barco. El arquitecto de Podemos deja la dirección de su criatura sin que sepamos realmente si es por voluntad propia o si como dicen algunos a Monedero “lo han dimitido”.
El amigo Juan Carlos salió por la mañana criticando a su propio partido, metiéndose con que quizás se estuvieran convirtiendo en lo mismo que ellos criticaban y unas horas después ya era historia del mismo, ¿coincidencia?
Hay muchas lecturas posibles. Una, que su última salida de tono hubiera sido un último amargo canto de cisne a sabiendas de que sus días junto a Iglesias estaban contados. Una especie de venganza, un berrinche. Otra, que ya estuviera harto realmente de lo que ocurría en Podemos y hubiera decidido por su propia voluntad dejar la dirección, visto que a otros como a Carolina Bescansa o Íñigo Errejón, se les hace más caso que a él. Es decir, que todos hayan dicho la verdad y que el hecho de que el más díscolo del club haya dejado el equipo sea realmente una coincidencia. Demasiado honrado para ser verdad, me parece.
Si es una estrategia por limpiar el partido y ejemplificar, dado el lamentable episodio de amnesia para con sus obligaciones fiscales que sufrió Juan Carlos al “olvidar” declarar los famosos 400.000 euros que cobró por asesorar al Gobierno de Venezuela, llega mal y tarde. Podemos, tal y como dice el propio Monedero, demuestra tener vicios inherentes a los partidos del antiguo régimen. Dejar pasar tanto tiempo este caso y después no actuar en consecuencia, sino esperar a una dimisión es síntoma de una desmedida manga ancha para con determinadas actitudes que no se pueden permitir en una formación política que pretende abanderar un cambio, no un recambio, como ellos mismos defienden.
Echaremos de menos al díscolo Juan Carlos, al verso libre de los morados, una especie de Esperanza Aguirre podemita. Mucho más díscolo y afable, con sus cánticos y sus historias, que la sempiterna amargura de Bescansa o la repelencia del imberbe Errejón.