La verdad es el predicado que más se ajusta a la realidad a la hora de valorar algo, no necesariamente se reduce a un concepto en una palabra, sino que en la mayoría de las veces una verdad se compone de muchas ideas y matices que conforman una situación. Influyen en su exposición muchos aspectos subjetivos como la sinceridad, franqueza, confianza, sencillez, claridad, etc. todas ellas emanadas del dictamen de nuestra cabeza y acompañadas del “folklore” que cada cual pone a la hora de exponer su tesis. Todo esto hace que haya que emplear capacidades para interpretar a cada cual con lo que te dicen o te cuentan a diario y descubrir verdades a media, mentiras piadosas, ficciones, inventos, y otros, que deterioran la verdad según qué cosa y fin pretenden.
En los ámbitos familiares y círculos de gente, se eligen a personas determinadas para decir tal o cual cosa según qué y a quién dependiendo de las capacidades de su mollera.
No cabe duda que la cabeza es la que nos guía, es la responsable de todo lo que somos, es una maquinaria adosada al resto del cuerpo que siempre está funcionando y dando órdenes, haciendo juicios reales y probables de las cosas, interpretando fotográficamente todo cuanto y a quien ve a su alrededor. Nadie se escapa de ser escaneado, visto y expuesto al juicio intuitivo, instantáneo de la mente amparada en el criterio que nos hemos forjado y que va cambiando con nosotros, es por ello que la manera de ver las cosas es una imagen y semejanza de nosotros mismo. Es más aún siendo inalterable el objeto o el hecho que se juzga, la perspectiva con que se mira, puede cambiar y cambia con el tiempo, llegando a veces a la paradoja de juzgar como bueno algo en un momento, para después con el tiempo pensar que el hecho es malo y pasado más tiempo rectificar y pensar que estuvo bien, alternando la alegría y el lamento sucesivamente, y así hasta llegar a la conclusión de que las verdades tiene su tiempo y también las cosas, de ahí el dicho popular de que cada cosa a su tiempo.
No cabe duda que es provechoso tener mucha paciencia para proceder después con más fundamento, pero ni aún así se puede estar seguro de que se ha esperado lo suficiente para llegar a un juicio claro y conciso sobre algo.
En la medida que más se ignora, más convencido se está que la percepción de la realidad y la realidad son la misma cosa; Sin embargo la realidad y nuestra percepción de ella, pueden ser iguales, parecidas, distintas o muy diferentes.
Los seres, al estar mediatizadas por la personalidad que llevamos apareada, tenemos cierta dificultad para acceder a la realidad de las cosas y es raro encontrar a alguien que no se haya pasado la vida hablando de la vida, o de cómo son las cosas, sin llegar a ninguna conclusión definitiva, cambiante por cierto con el paso del tiempo y el actor. Estos cambios y pareceres están mediatizados por los llamados, contextos del pensamientos o filtro mental, como son los condicionamientos genético, familiares, culturales, dogmáticos, etc. que funcionan en su mayoría a nivel del inconsciente y cuya diferencia de contenido provocan diferentes maneras de percibir la realidad.
Así cada uno de nosotros crea su propia realidad, la experiencia de su vida, a partir de sistemas inconscientemente elegidos e incontrolados hasta tal punto de no ver las cosas como son sino más bien de acuerdo a la experiencia que tenemos con ellas. Se deduce de todo esto que la calidad de nuestra experiencia en la vida, depende de nuestra manera de percibirla.
El peligro de estar aferrados a nuestro punto de vista, a nuestra manera de ver la vida, siempre trae consecuencias cuando nuestra conciencia está totalmente identificada con nuestra estructura mental, imposibilitando darse cuenta de las pruebas que puedan invalidar nuestro análisis de las cosas ya que solo podemos obtener esas pruebas a través de nuestro sistema de percepción. Es como el vicio del discurso que se comete cuando dos cosas se explican una por la recíproca y ambas quedan sin explicación, por ejemplo, entrar es lo contrario de salir y salir es lo contrario de entrar. Nuestra cabeza justifica nuestros actos y nuestros actos le dan la razón a la cabeza.