Para fábula esa de que el grupo Polanco-Prisa representa a un ente izquierdoso cuyos dueños se desviven en pro de las políticas más progresistas, tal que si accionariado y administradores hubieran dado en ideólogos de El Coronil. Pero si pretendes un carné de progre, tienes que creer en la fábula como se cree en las tolerancias de san José: porque sí y porque aquí pensar, lo que se dice pensar, se piensa poco y, además, hay que mamar lo que diga el staff imperante. ¡Ar!
Ay de aquél que ose decir, por ejemplo, que Polanco Jr., Cebrián y demás son mortales que responden a intereses económicos de curso legal… Sobre el alocado decidor caerá el peso del editorial más severo y será tildado de fascista. Como lo oyes. Sin embargo, es así; y lo es porque se deben al mercado y a sus accionistas, los cuales si algo tienen claro es que dinero es dinero y hoy te ensalzo y mañana te despellejo, o al revés. Si uno relacionase a algunos —no todos— de estos “padres del neoizquierdismo ibérico” con sus orígenes, acabaría topándose con una camisa de Falange, una boina del Requeté, alguna toga del Tribunal de Orden Público, las alabardas de El Pardo o, por aquello del despiste, con el nieto de algún preboste de la intelectualidad aristocrática, que siempre mola.
Así, pues, no es políticamente correcto llamar a las cosas por su nombre o mentar la soga en casa del ahorcado. Y tengo por seguro que este articulillo, aldeano y escrito al volapié, acabará granjeándome algún disgustillo tan pronto llegue a Internet, por más que lo que diga sea cierto y pueda demostrar que la mayoría de los que hicieron carrera política del 77 para acá vienen, provienen, vivieron de y bebieron del franquismo más alto, más puro y más duro, por la sencilla razón de que, para vergüenza de todos, España entera fue —y algo queda— Plaza de Oriente: gritos y loas histéricas a favor de un tirano que se murió de viejo, que paseó bajo palio y que hizo lo que le plugo bajo las atenciones solícitas de algunos que ahora van de rojeras o liberales. Esa es la verdad. El bueno de Miguel Hernández murió corneado por bueyes y cabestros. Don Manuel Fraga siempre se mantuvo en su sitio, o sea en Lugo y en el mismo bando. Dignos los dos.
Así que si usted hurga un poquito, se puede acabar sorprendiendo. Hoy, por decir algo, el ciudadano Garzón se sienta en el banquillo de los acusados por haber ordenado que se grabasen las conversaciones que los abogados de la Gürtel mantenían con sus clientes, a sabiendas de que esa excepción sólo se permite en casos de terrorismo y, tal vez, convencido de que el fin justifica los medios, lo cual, de ser cierto, roería el tuétano de la democracia.
Si yo escribo que quien se dice “juez de izquierdas” no me merece el menor respeto por vulnerar presuntamente derechos constitucionales —y Humanos, oiga—, estoy seguro de que los Tercios de la Verdad Verdadera no tardarán en tildarme de fascista y no sé cuántas cosas más, a mí, ya ve usted, que desde la moderación y con dieciséis ya andaba emborronando tapias con aquello de Amnistía, Libertad y Abajo los caciques…
Porque, hoy por hoy, cuestionar la biografía de Garzón supone una incorrección política tan grave como decir que Prisa es la suma de los intereses de su accionariado. Tocar, rozar, comentar o recordar que este Garzón afónico es el mismo que llenó portadas paseándose entre los cuernos de los ciervos caídos en cierta montería celebrada justo donde Franco los apiolaba, a los venados quiero decir, treinta años antes, conlleva sambenito de fascista. Pero aún así, y más ahora que estamos suspendidos de militancia en el PSOE —sin comerlo ni beberlo— diré que un juez entre cuernos y rifle en mano, no resulta estético por más lícito que sea. No hablo de ética.
De modo que, como dijera el Rey, la ley es igual para todos, incluidos yernos y jueces, y si Baltasar se pasó con los abogados de la Gürtel, justo es que se le aplique el bálsamo que él con tanto amor aplicó a otros. Que le pregunten a Barrionuevo o al mismo FG, cuando buscaba la X de los GAL. El historial de este hombre, de cuya inteligencia no dudo, es como mínimo pasmoso: de la toga a la política en horas veinticuatro: billete de ida y vuelta: conferencias a gogó y cacerías en Sierra Morena. Estoy que me los tiento de jueces superstar, pero más aún de un pueblo que le rinde pleitesía, obviando que lo que se necesita son jueces anónimos y, sobre todo, mudos. ¿Lex dura lex? Desde luego. Así que lo dicho, Balta, que se te aplique la ley tal cual tú la aplicaste. Ni más ni menos.