Es una palabra redonda. Suena divinamente y se te llena la boca al pronunciarla. En esencia su significado es noble, alimenta ilusiones, remueve conciencias y justifica luchas. Pero ¿existe en la realidad?
Cuando se produjo el CAMBIO, (sí, aquello que nos prometieron los que ganaron las primeras elecciones representando al PSOE), yo votaba en Sevilla y lo hice por ese prometido cambio. Para mí significaba que la “mili” iba a dejar de ser obligatoria, (pasaron muchos años hasta que Aznar hiciese lo prometido por ésos), que la Administración, (funcionarios y cargos públicos), y las fuerzas de orden estarían a partir de entonces al servicio de los ciudadanos y no del poder y los poderosos, (aún no lo hemos visto y creo, tristemente, que yo no llegaré a verlo), y que tendríamos Libertad. ¡Qué iluso!.
Significaba mucho la libertad entonces. Habíamos salido de un régimen dictatorial que no nos dejaba leer, ver, pensar o actuar sin cortapisas, restricciones o prohibiciones. Y no podíamos comprender que realmente no era tan duro y que ese sistema de gobierno había sido esencial para salir de una terrible confrontación entre vecinos y para lograr un desarrollo en el que se podría cimentar un régimen de libertades. Democrático en el mejor sentido del término.
Por supuesto nos creímos que con el nuevo gobierno habíamos alcanzado la ansiada libertad, ¡menudo error!. A ningún gobernante, sea la que sea su escala de gobierno, le gusta la libertad de sus gobernados y supongo que habrá excepciones pero no las conozco. Es preciso ser muy honrado con uno mismo y tener unas convicciones morales y políticas muy recias para defender la libertad de quien puede criticar mis acciones de gobierno y quitarme el puesto. Evidentemente, de boquilla todos aman la libertad del pueblo. Pero solo de boquilla.
Lo cierto es, que desde la Transición, hemos ido escalando hacia abajo nuevas cotas de libertad hasta llegar al día de hoy en que dudo que aún quede algo. Nos hemos convertido en un rebaño de borregos que traga con todo, que entrega más de la mitad de lo que gana trabajando a unas avariciosas arcas públicas y que soporta controles de todo tipo, incluso de tipo moral. Calladitos, muy calladitos. Voy a poner solo unos ejemplos.
En España no está castigado el suicidio, creo. Sin embargo nos obligan a viajar amarrados a los sillones independientemente del tipo de coche, de nuestros deseos y de nuestra condición física o psíquica. No usar el cinturón no hace daño a los demás por lo que no debiera ser penado. La excusa de reducir gastos clínicos no sirve, sería suficiente que los seguros no cubriesen los daños de quienes no los usaran y cada uno que actúe libremente y apeche con las consecuencias.
Aquí el secreto de las comunicaciones es sagrado, dicen, pero con la excusa de la lucha contra el mal, por ejemplo el terrorismo, nos pinchan los teléfonos con toda tranquilidad y nuestras más íntimas charlas hacen las delicias de oyentes funcionarios. Igualmente nos gusta movernos a nuestro aire y en el anonimato, pero, por nuestra “seguridad”, nos graban infinitas cámaras situadas en los espacios públicos para gozo de otros funcionarios mirones.
Hay libertad de expresión, también algo muy cacareado, pero no nos permiten hacerlo en nuestra lengua si estamos en regiones gobernadas por catetos nacionalistas. Y, si tenemos la desgracia de ser destinados a éllas, nuestros hijos no podrán estudiar ni hablar en la lengua de todos.
En un local privado con un uso público no se puede fumar aunque todos los usuarios sean fumadores y les guste. Lo han prohibido también. Me parece muy correcto en los locales públicos de uso obligado pero no en los de voluntario acceso. Y yo no he fumado en mi vida.
Y, ¡claro!, solo podemos votar a los “fieles” colocados en las listas por el baranda del partido. Y aguantar que, a la semana de tomar posesión, éste imponga lo que unos días antes prometió que jamás implantaría. ¡Libertad!