Opinión

La Familia, personaje del año (Antonio Sánchez Martín)

No pensaba publicar nada esta semana, por aquello de que al ser las navidades las fiestas más entrañables del año te apetece pasar más tiempo con tus hijos, aprovechando que estos días no tienen colegio, y entre una cosa y otra al final te queda menos tiempo para escribir. No pensaba hacerlo, -como digo-, pero en uno de esos insomnios míos que me desvelan a las horas más intempestivas de la madrugada, estuve escuchando el programa de radio “Hablar por hablar” denunciando a los maltratadores que este año arrebataron la vida a sesenta mujeres españolas. Habló también una chica de su anorexia y de las consecuencias que esta enfermad provoca en los pacientes que la sufren. Y hablaron, como casi siempre, de los sufrimientos de la gente sencilla, como tú y como yo, que a duras penas sobrelleva sus problemas.

Al final, cambié de idea y me senté a escribir para hacer un breve balance de este nefasto y a la vez esperanzador año que termina. 2011 ha sido nefasto por la crisis y por el drama de los desempleados, que son quienes la sufren con mayor crudeza; y ha sido esperanzador porque se puso fin al terrorismo de Bin Laden y terminaron además las dictaduras de Túnez, Egipto, Libia y Yemen. Este año también se marchó Berlusconi y con él la indignidad de un machismo que, como digo, aquí en España nos dejó sesenta muertes. Un machismo del que presumía el canciller italiano y que disfrazaba de “hombría” por las numerosas mujeres a quienes compraba con dinero, pero a las que, a buen seguro, nunca llegó a enamorar ni seducir.

Y en ese balance de doce meses hubiera buscado un protagonista destacado del año que concluye. Tal vez hubiera elegido al movimiento 15-M por aquello de que, -esta vez sí-, los ciudadanos gritamos nuestras indignaciones en la calle. Un movimiento al que nos sumamos muchos gracias a que las redes sociales nos permitieron estar presentes y ser uno más en sus manifestaciones y acampadas, aunque éstas se celebraran a cientos de kilómetros de nuestras casas. Lástima de un 15-M que empezó llenando de esperanza a tantos como tenemos el corazón indignado por la corrupción de los políticos y los abusos de los mercados, y que va camino de terminar como un vulgar movimiento “okupa” radical.

Pero aunque no pensaba escribir sobre ello, seguía acordándome de los lamentos que la radio me trajo en mitad de la noche. Hay mucha gente que sufre a diario en esta sociedad, una sociedad de la que todos formamos parte y por la que generalmente hacemos tan poco. Y, como por antagonismo, desde esas historias de penas y sufrimiento, el pensamiento se me fue hasta esa otra gente que dedica su vida y su esfuerzo para hacer feliz a los demás, por consolar a quienes más sufren, y no sólo a quienes sufren por sus propias culpas, sino por consolar especialmente a quienes sufren por culpas y egoísmos ajenos que acaban repercutiendo y haciendo daño a quienes les rodean.

Y me acordé también de algunos de mis pacientes que este año fallecieron. Siempre se sufre más la muerte de los seres que conoces más de cerca, y me impactó de manera especial la muerte de Cristina, una chica de veintinueve años que harta de sufrir se acabó arrojando al vacío por el Tajo de Ronda. Tenía anorexia, -como la chica que esa noche llamó a la radio-; pero a Cristina no sólo la mató su enfermedad, sino la desgracia, que la persiguió toda su vida de manera contumaz. Se fue a vivir con un chico y los problemas con su pareja agravaron las consecuencias de la enfermedad de la que pretendía escapar. A Cristina, quién nunca le falló fue Concha, su madre, que fue su auténtico pañuelo de lágrimas y su único consuelo en sus treinta años de mala vida.

Y me acorde de don Juan, un paciente que también falleció este año y que vivía en una humilde pero dignísima vivienda sindical de Ronda. Don Juan era todo un señor, -con mayúsculas-, que se desveló por sus hijos y por su mujer durante el tiempo que pudo, que fueron más de setenta años. Y me acordé de Paquita, su mujer, su esposa y compañera, enamorada aún después de casi cuarenta años de feliz matrimonio, no exento de sacrificios. Me contaba Paquita que el primer armario que tuvo allá en Barcelona, -adonde tuvieron que marcharse en busca de trabajo-, fue una cuerda de pared a pared. Amor con mayúsculas…

Ahora que podían disfrutar de la vida, un alzheimer traicionero arrebató la memoria a don Juan; pero ni siquiera el alzheimer pudo impedir que su enamorada esposa, -otra mujer con mayúsculas-, siguiera amando tanto a su marido que hasta el último día se siguió acostando a su lado para darle el calor y la compañía de su cariño. Por culpa de la crisis, los hijos de Juan y Paquita ahora están en el paro o trabajan de acá para allá en contratos temporales que a duras penas les permiten ir tirando. Juan quiso tanto a su familia que al final de sus años, cuando ya tenía la vida resuelta, volvió a hipotecar su humilde vivienda sindical para ayudarles. Amor sin límites… esta vez por los hijos.

Por eso, al final decidí apagar la radio y escribirles a los lectores para contarles mis recuerdos, porque me di cuenta que los sufrimientos que se contaban en la radio no me resultaban tan extraños ni lejanos, y que aquí mismo, en Ronda, conozco historias reales de personas que lloran por esas mismas penas. Y al final, mientras les escribo estas líneas, caigo también en la cuenta de que el año que hoy termina sí que tiene un protagonista destacado, humilde y silencioso, y al que todos estamos tan acostumbrados que ni siquiera reparamos en el bien que nos hace a diario.

Y ese protagonista destacado no es otro que la Familia, -también con mayúsculas-, porque ella nunca falla, gracias a unos padres que se desvelan durante años por el bienestar de sus hijos; más allá incluso, -como en el caso de Juan y Paquita-, de que éstos ya sean mayores de edad y estén en disposición de trabajar. Esas familias en las que casi nunca falta un hermano que presta dinero, una hermana que echa una mano cuidando a los sobrinos, o una madre como Concha, que consoló a Cristina cuando la desgracia de su enfermedad la condujo hasta la desesperación y la tragedia.

Desde aquí quiero rendirle este humilde pero sincero tributo a la Familia como verdadero protagonista, no sólo de este año que termina, sino de todos los vividos desde que la Humanidad es gregaria y social. Me temo que el año próximo y el que viene, y el otro, seguirá siendo una firme candidata al galardón de “personaje del año”, porque mientras dure la crisis, -que va para largo-, cinco millones de parados seguirán sufriendo la lacra del desempleo y la escasez, pero sus sufrimientos se aliviarán gracias al amor de una familia que siempre estará dispuesta a socorrerles. Gracias.


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