Opinión

Navidad. O lo parece (Ángel Azabal)

No consigo olvidar aquella España cutre y pobre (para casi todos) en la que se tajaba el cogote de unos gallos y se dejaba que corrieran hasta que, desangrados y exánimes, caían en un rincón. Después de desplumados y sabiamente guisados, nos peleábamos por trincar los muslos y las partes más apetitosas de aquellos pollos capones inmensos, tiernos y que todavía no sabían a harina de pescado. Ni Papá Noel ni Santa Claus: cantábamos unos villancicos a los que añadíamos estribillos irreverentes que sacaban de quicio a mis padres, mientras el abuelo, por más que la radio callase su número, pues eso, que se negaba a tirarlo y lo miraba de reojo en la esperanza de un milagro: y le daba al aguardiente: ni cavas ni whisky: le daba al aguardiente mientras a nosotros nos ponían vasitos de El Gaitero: y sí: se abría la caja de los polvorones: de los mantecados: y volvíamos a enzarzarnos en una nueva batalla por hacernos con los dos únicos rosquitos de vino y los tres solitarios alfajores. Si eso nos pasaba a nosotros, que éramos clase media franquista: qué sería de las clases menos medias… Reñidos los muslos, bien luchados los alfajores, mejor disputados los roscos, nos íbamos por ahí, por las calles de luces mortecinas, y cometíamos barbaridades que hoy harían palidecer al psicopedagogo más sesudo. Años después llegarían las campanadas televisadas desde la Puerta del Sol, muy cerquita de una DGS donde caían por las ventanas los discrepantes de aquel régimen que se fue para no volver, aunque algunos de sus modos estén aún entre nosotros: inherentes ya al genoma político de los hispanos. Recuerdos que el tiempo fue maquillando: tal vez porque entonces no me crujían las cervicales ni había hipotecas que pagar: la distancia lo enaltece todo: de ahí que no entienda a quienes ahora ponen reparos a unas cajas bien surtidas de dulces navideños. Yo sigo mirando con extrañeza la abundancia de alfajores, el derroche de chocolates, y siempre soy el primero en pillar un rosco de vino que compensa con creces aquellos otros que me birlaron mis primos más fuertes (o más listos).

Por unos días facas, inquinas y rencores aguardan en el rincón donde exhalaban los pollos sus últimos ayes. Y a mí me jode: me jode mucho esta falsa hermandad de Almendro, Misa del Gallo y ni un euro para el cepillo de Cáritas. Tampoco soporto a ese tipo que: inevitablemente: el 31 de diciembre se te coloca justo a la oreja y te declara su amistad: no te habló en todo el año y ahora te recuerda historias de la mili: te aprieta la mano: y todo gracias a los excesos del cava: del Pampero: del Cacique… “Llena”, dice. La Navidad es así y hay que aceptar el ritual.

No fue 2011 buen año, pero con seguridad que será mejor que el venidero: Europa se hunde: volverá la peseta: tiempo al tiempo: como en todo, en la Nueva Europa también mandan los más ricos: Alemania y Francia frente a todos. Inglaterra con Churchill. África: 54 países y ninguno democrático. El SIDA: caballo apocalíptico que desparrama sus miasmas aquí y allá: y sobre todo en casa del pobre. En Nigeria la doblan niños de nueve años bajo los oleoductos de Occidente: no importa. El diablo anda suelto: todos los diablos: a Sadam  no tardará en salirle un clon de maldades idénticas, como a Gadafi o al norcoreano de nombre impronunciable… Los andaluces encaramos unas elecciones donde el PSOE puede meter el gol de la honrilla. Sanrajoy ganó de corrido: bonito discurso: gobierno de frikis y empollones: es lo que toca. Sin embargo, no olvide Sanrajoy que la economía respira por el pulmón del jornalero.  

¿Y aquí? Se fue —Él— y se fueron ellos. El AVE asola el Llano de la Cruz: malos tiempos para la lírica: peores para jilguerillo y petirrojo. La rotonda del Polígono va a ultimarse. O no, que diría Sanrajoy. Cáritas y Cruz Roja hacen la calle a las tres de la madrugada con bolsas de comida, butano y ropilla de abrigo: la Constitución sólo es papel. PSOE  local: fresca ilusión de novatos a la carrera. La biblioteca con los mismos libros que tenía hace seis años: menos que pocos. El hospital nuevo que sí pero no. El mausoleo maoísta del Mueble Rondeño recordando las cuentas del Gran Timonel. ¿Para cuándo la auditoría pregonada en pleno? El Castillo: ¿caerá o resistirá hasta mayo? El PGOU tal como lo dejara Carlos II, pendiente de albercas y tomas. Batimos récord porcentual de trabajo podre: cinco mil parados. O más. Y sin esperanza de que escampe. Museo Municipal de los vacíos. Polis y picoletos jugando al corre que te pillo por el Ayuntamiento. Cuartel de la Concepción: alquitranes y bugas al calor de una cerveza. El Caimán se fue y no para Barranquilla. Y tenemos alcaldesa nerviosilla que hacer, lo que se dice hacer, oiga, pues hace poco, pero al menos luce chapiri lejía y escribe el cargo con minúscula, que no es poco.

En fin, que cantaré villancicos, aguantaré al colega del 31 y, después de todo, agradeceré haber vivido otro año más: la vida es lo que cuenta: la vida es todo cuanto tenemos. O sea que volveré a ver ¡Qué bello es vivir! mientras sueño con aquellos pollos capones que todavía no sabían a harina de pescado. Feliz Navidad.


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