Es el calificativo habitual que recibe nuestro Tajo por parte de los visitantes ya que normalmente solo lo ven desde arriba. También el único que usan la mayoría de los rondeños, naturales o no, pues muy pocos han podido o han querido disfrutarlo desde abajo. ¡Lo que se pierden!
Ocurre aquí en Ronda que, como en muchos otros sitios, se utiliza un accidente local, (un río que en nuestro caso es hondo), por si mismo o por las obras que lo adornan como identificador universal y para presumir. Desde que viajeros británicos románticos e impertinentes empezaron a visitar la Serranía saliendo desde Gibraltar, Ronda es mundialmente conocida por su puente sobre el Tajo del Guadalevín. Obra impresionante y majestuosa, especialmente para ojos románticos, debido a que encierra en si misma la dualidad monumental de puente y torre: por arriba puente, torre mirándola desde abajo. Como en tantos de esos otros sitios presumimos de tenerlo pero le volvemos la espalda antes de cuidarlo.
A principios de los noventa un grupito de apasionados por Ronda, trabajando desde el Palacio de Mondragón, nos empeñamos en recuperar los Molinos del Tajo que los musulmanes, gracias a los saltos del Guadalevín para impulsar sus mecanismos, habían levantado en la orilla izquierda. Para ello habían excavado la durísima roca construyendo una acequia que llevaba, y todavía lleva, el agua sucesivamente a cada uno. Hubo hasta trece, a finales del siglo veinte aún se reconocían las ruinas de ocho. El proyecto pretendía crear un complejo alrededor de molinos y acequias irresistible para visitantes y locales, haciéndolo accesible mediante un camino colgado sobre el cauce desde los Baños Árabes hasta la torre de aguada del Rey Moro. En balsa a continuación, aprovechando el nivel constante del agua que mantiene el azud de derivación, llegando al pie del Puente y, tras pasar bajo éste, seguir por los distintos molinos, hasta la Puerta del Cristo y las murallas del Albacar. (Supongo que a la mayoría de quien pueda leer esto le parecerá tan lejano y extraño como el desierto del Gobi).
Iba a contar con un museo de mecanismos hidráulicos funcionando. Una aceña cuasi medieval. Albergue para jóvenes inquietos. Centro de estudios medioambientales. Hospedería junto al río y mesón para reponer fuerzas bajo el mayor acantilado serrano de la península. Clepsidra que marcaría las horas con un órgano de agua. Obligaría a dedicar al menos un día más a la visita turística y se convertiría en parte esencial del patrimonio local. Hasta ahora solo hemos recuperado una pequeña parte y sin el apoyo entusiasta de los Barandas no llegaremos más lejos. Desde aquí suplico su atención.
Para disfrutar este proyecto era imprescindible tener limpio un río utilizado como alcantarilla desde tiempos inmemoriales que, con la construcción de una depuradora urbana claramente insuficiente, se había transformado en inmunda cloaca. Creamos una plataforma popular para conseguirlo. Con mi hermano, algún otro rondeño y varios extranjeros a los que engatusé, nos encadenamos ante las máquinas. Nos detuvieron y procesaron. Y la Administración, con el decidido apoyo y vergonzoso impulso del alcalde, ( sí, sí. Del alcalde), destruyó todo el fondo para colocar un absurdo tubito. Tubito que nuestro pequeño pero valiente río destrozó poco después. Finalmente se ha realizado un colector y depuradora siguiendo al pie de la letra mi propuesta del año 96, atrevimiento por el que fui vilipendiado y perseguido por los poderosos de la apesebrada secta. Pero conseguí mi propósito: el río está bien limpio, (espero que a nadie se le ocurra ponerle mi nombre al colector), y ahora hay que rematar la faena.
Dedicar imaginación y ayudas a esa recuperación que nos dará un futuro turístico magnífico, con visitantes de calidad y no simplemente estadísticos.