“La alimentación es una condición que toca el fundamental derecho a la vida”. Es la percepción que Benedicto XVI tiene sobre la cuestión. Los ricos comen, los pobres se alimentan, decimos nosotros.
¿A quién no le ocurrido en los últimos tiempos? En la parada del autobús alguien, en un susurro, que casi es un sollozo en el que se ahoga la dignidad reprimida, nos pide algo de dinero. Son quienes se estrenan en el menester de pedir cuando nunca lo habían ejercido antes. Se les nota. La diferencia con los que piden habitualmente son abismales. Ensayan pretextos inverosímiles: “He perdido el monedero” o “Pensaba que no tenia la cartera vacía” o “¿Podría dejarme 50 céntimos que me faltan para el ticket ¿Quienes tienen valor – cabeza gacha, mirada huidiza – hablan directamente al hambre que padecen. No hay duda de que la necesidad mas perentoria que es la de llevarse algo a la boca para subsistir está golpeando al primer mundo, ahora como novedad.
El hambre se esta mostrando como un azote en pueblos y ciudades españolas. La crisis viene golpeando con más virulencia que nunca a un mayor numero de gente. Cáritas ha recibido en 2010 más de 6,5 millones de peticiones. ¿Cuántas se formalizaron en Ronda y sus pueblos de influencia? Es de suponer que algunas miles porque la crisis castigó la zona con desigual virulencia.
La cifra de solicitudes de atención básica de contingencia de materia de alimentos, sanidad o vivienda ha superado los dos millones. El secretario general de la organización, Sebastián Mora, habla ante este desolador incremento del hambre que cada vez adquiere tintes de crónica “contribuyendo a un nuevo mundo en el que los pobres son cada vez más pobres”. Pobreza y vulnerabilidad se acrecientan alarmantemente, mientras las ayudas publicas disminuyen; no así las donaciones de particulares que toman conciencia del mal que nos aqueja y extiende. Quizás hayan entendido que como, sentenció Orwell “lo característico de la vida actual no son la inseguridad y la crueldad, sino el desasosiego y la pobreza”.