Asiste toda la razón del mundo a quienes piensan que la clase política no es digna sino de una desconfianza que es proporcional a su ineficacia e inoperancia cuando no a su grado de corruptela. Y sálvese quien pueda, que como dicen en mi pueblo, serán habas contadas. Viene este exordio a cuento por las declaraciones del todavía Ministro del Interior, Alfredo P. Rubalcaba (lo del punto que oculta el primer apellido del controvertido líder socialista no deja de ser chusco: una renuncia explícita al de su progenitor no se sabe bien debido a qué oscuras aspiraciones), acerca de nuestra calamitosa situación económica. Vino a decir que él tenía la solución del paro. “Sé lo que hay que hacer para salir del desempleo”, vino a decir, sin cortarse un pelo. Y la mayoría de la gente es presumible que acogiera sus palabras con estupefacción. Nos preguntamos, atónitos, ya digo: Y si tenía en sus manos resolver el pavoroso problema cómo es que no lo dijo antes. O por qué no comunicó su gran descubrimiento a Zapatero, su jefe de filas. Una de dos, o miente descaradamente, o se trata de una argucia para encarrilar hacia el PSOE y a su persona como candidato las simpatías a raudales perdidas.
También, y es otra contradicción superlativa, se estrenó ahora en sus ataques velados a la Banca, cuando las hemerotecas pueden hablar de su connivencia con ella muy poco tiempo atrás. Otra desfachatez.
Algunos de nuestros políticos no dejan de sorprendernos, sobre todo cuando nos toman por desmemoriados o deficientes mentales.