El pasado jueves se produjo en Arriate la detención de un menor de 17 años por el asesinato de la niña María Esther. El joven es un chico de la localidad y pidió en varias ocasiones que se detuviera a los asesinos, lo hacía ante los medios de comunicación y no le dolían prendas.
Que un menor con esa edad sea capaz de matar a una niña a la que conocía no nos entra a muchos en la cabeza, no nos podemos creer que alguien le quite la vida a otra persona pero mucho menos que sea a una persona a la que conoces y continúes con tu vida como si nada hubiera pasado, que tenga la sangre fría de asistir a los interrogatorios y no desfallecer, que siga levantándose todos los días para ir a trabajar como si no hubiera pasado nada, que volviera al lugar donde se reunía con otros jóvenes y con la propia víctima los días siguientes sin que no se le revolviera algo en el cuerpo y le hiciera entregarse, no lo podemos creer y no sabemos cómo nos ha podido suceder todo esto a tan pocos metros de nuestras casas.
En estos momentos no sabemos cómo actuar, de qué forma mirar a la familia del detenido, que trato tener con los amigos y familiares de la víctima y del verdugo. Es muy difícil abstraerse de todas estas circunstancias y más complicado aún saber el comportamiento que deberíamos tener, porque lo que no es entendible es difícilmente abordable.
Pensar en la familia del joven, si no sabían nada de lo perpetrado por su hijo, es muy duro. ¿Qué vida le queda a esa familia? ¿Cómo podrán volver a mirar a la cara a su hermano sin ver la cara de la niña a la que asesinó? ¿Cómo pueden volver a la calle y cruzarse con las miradas de los demás vecinos que han visto la detención de su familiar como un acto de justicia?
Los días que quedan por vivir son muy duros, tendremos que confirmar todos los datos, pero el simple hecho de que un joven conocido por todos y con sólo 17 años haya podido matar a una niña de 13 ya es difícil de superar, y no sólo para las dos familias sino por todo un pueblo.