No es la primera vez que desde estas líneas abogo por el uso pacífico de la energía nuclear. En plena crisis, varios países europeos, como Finlandia, la han relanzado, y otros, como Francia o el Reino Unido, no la llegaron nunca a abandonar; pues, responsablemente explotada, permite obtener electricidad a gran escala, compitiendo ventajosamente con el carbón, el petróleo y el gas natural. Además, la demanda energética de nuestro país supera con creces la cuota que otras energías alternativas, como la solar y la eólica, pueden ofrecernos.
A pesar de que un sólo kilo de uranio produce tanta energía como 2.500 toneladas de carbón (más de 1600 camiones de gran tonelaje), los ecologistas españoles se muestran radicalmente contrarios a su uso, obligando a seguir dependiendo de combustibles fósiles que se agotarán en las próximas décadas y cuyo uso es altamente nocivo para el medio ambiente por el temible “efecto invernadero” causante del cambio climático.
A mediados del siglo pasado muchos países apostaron por la energía nuclear para garantizarse un suministro de energía que les permitiera eludir su dependencia de los inestables países productores de petróleo. Por razones geopolíticas, la Unión Soviética intentó lastrar el progreso y la autonomía energética de Europa occidental, fomentando numerosos movimientos pseudopacifistas y ecologistas que desde entonces forman parte de la “nomina” de la izquierda política.
A menudo, estos colectivos “ecologistas” argumentan su rechazo desde una imagen meramente capitalista y especulativa de la energía nuclear, exagerando sus riesgos bélicos y medioambientales, y silenciando su importancia en otras facetas, como la medicina, donde la radioterapia supuso un avance primordial para el tratamiento del cáncer.
El “ecologismo” como conciencia y conducta dirigida a proteger la naturaleza es algo implícito en el ser humano, -no en balde somos un animal más del ecosistema-, aunque desgraciadamente a veces haga falta recordarlo y sea necesario formar rectamente esa conducta desde la escuela. En esa misma línea es de justicia reconocer la importancia de la labor que realizan numerosos colectivos ecologistas independientes.
Los problemas aparecen cuando los “ecologistas” se dejan manipular por el poder y someten su independencia al oportunismo político del momento. Un ejemplo de ello lo tenemos en la nula repercusión que ha tenido, entre la amplia nómina de asociaciones “ecologistas” afines al gobierno, la inauguración de la primera central nuclear en Irán, un país cuyo principal riesgo es su falta de democracia, que impedirá el control de los usos a los que se destine.
Resulta alarmante que se maneje combustible nuclear en un país donde buena parte de sus imanes y ayatolás justifican la guerra santa contra occidente. Ante la oposición internacional al programa nuclear iraní jamás escuché a sus dirigentes justificar su explotación bajo argumentos “ecologistas”, renunciando a su ingente riqueza petrolífera y reduciendo así su cuota de emisiones contaminantes al medio ambiente.
Aunque disponer de una central nuclear no implica producir plutonio de uso militar, (-cuyo enriquecimiento requiere sofisticados procedimientos físicos-), al menos ya cuentan con la materia prima de partida, y estos procesos podrían desarrollarse secretamente o en otros países cercanos, como Rusia o la India, que disponen de esa tecnología. En todo caso la noticia supone una amenaza, dada la coyuntura política mundial y la proliferación del terrorismo islámico.
Someter los criterios ecologistas y pacifistas a los intereses políticos de quien gobierna conduce irremisiblemente al descrédito y al rechazo social de sus argumentos y, en vez de concienciar a la ciudadanía, obstaculizan el trabajo de quienes realizan esa labor de modo independiente. Baste recordar las manifestaciones “estimuladas” políticamente ante la participación española en la guerra de Irak o Afganistán cuando gobernaba el Partido Popular, y el silencio que ahora mantienen, cuando incluso es aún mayor el contingente de tropas españolas destacadas en Oriente Medio.
No es la primera vez que los ecologistas aprovechan la debilidad del gobierno socialista para condicionar sus decisiones. Cuando la exministra de Fomento, Magdalena Álvarez, y el Presidente de Castilla-La Mancha propusieron una nueva autovía entre Andalucía y Madrid, paralela a la vía del AVE, -que acortaba el trayecto en 90 Kms.-, otra “ecologista” en la nómina del PSOE, Cristina Narbona, por entonces ministra de Medioambiente, se opuso porque el proyecto “invadía” los espacios protegidos del lince ibérico en Sierra Morena.
Otro ejemplo lo tenemos en la política hidrológica del gobierno, que tras derogar el proyecto de Plan Hidrológico Nacional del Partido Popular porque amenazaba la “independencia” territorial de Catalunya, durante el verano del 2007 tuvieron que realizar un trasvase de emergencia desde el Ebro (-al que llamaron “conducción”-) para garantizar el suministro de agua a la población de Barcelona.
Mejor ejemplo aún, y más reciente, lo tenemos en esa misma comunidad, donde para mostrar su rechazo a todo lo español, los políticos “nacionalistas” se disfrazan descaradamente como defensores de los animales para prohibir las corridas de toros, por entender que son una seña de identidad española. Tal actitud, aparte de hipócrita, se antoja una burla cuando mantienen por “tradición” otros festejos, como los “bous”, en los que se les coloca a los toros bolas de paja y alquitrán ardiendo en la punta de sus cuernos, sin que eso lo consideren maltrato animal.
Esas, y otras muchas que vendrán, son las “facturas” que los nacionalistas y la larga lista de asociaciones ecologistas, pacifistas, feministas, de transexuales, gays y lesbianas, la SGAE y el colectivo de artistas “independientes” le pasan al pintoresco y caótico gobierno de ZP y que pagamos entre todos.