He sido admirador durante muchos años de la sociedad catalana. Me admiraba su continua lucha por los valores que les eran propios a su cultura y su lengua, me gustaba esa forma de defender lo suyo y me hubiera gustado en muchos momentos que nosotros, los andaluces, fuéramos capaces de hacer lo mismo ante muchas injusticias.
Pero me han defraudado sobre manera con la decisión que ha tomado su Parlamento al prohibir las corridas de toros en toda Cataluña. No entro en si es una forma de apartarse de España o si es una manera de protestar frente al contencioso del Estatuto. Entro en que es una forma de cultura que no sólo pertenece a España, y por ende a Cataluña, también pertenece a la cultura portuguesa y francesa; es decir, a mucho más ámbito del que ellos quieren reconocer. Pero lo más grave de todo no es esto, con serlo, es que se está dando una estocada, no ya a los toros, sino a la libertad. Esa libertad por la que tanto han luchado y a la que han herido de muerte con esta decisión.
No podemos, ni debemos, convertir esta sociedad de libertades por la que tanto han luchado muchas personas durante muchos años, en una democracia prohibicionista. Caemos en el error de que unos cuantos prohíban algo a muchos otros que sí están de acuerdo, y ese es un camino que nos lleva a la perdición poquito a poco.
Si seguimos este camino terminaremos en una sociedad reflejada en muchas novelas y películas, en las que unos cuantos obligan al resto a obedecer sus gustos hasta el hartazgo, convirtiéndonos a todos en unos robots dirigidos por unas máquinas sin los más mínimos sentimientos en lo que a cultura y arte se refiere.
Como en “Momo”, la estupenda novela de Michael Ende, espero que no terminemos todos huyendo de los hombres del traje gris.