Muchas veces hablamos de la felicidad como si se tratara de un concepto o un estado estable, fuerte e inamovible, como si fuera un objetivo que, una vez alcanzado, puede relajarse y guardarse en un cajón, como una formula que hace desaparecer los problemas, la tristeza y las lagrimas que quizá nos invaden alguna vez incluso sin razón aparente. Hablamos de la felicidad que roza las utopías y los imposibles, de la felicidad de cada momento de cada día de cada año de nuestra existencia, de la felicidad de comer perdices y vivir en relatos que siempre acaban bien. Y yo me pregunto, ¿es posible alcanzar algo así, algo tan etéreo, profundo y sereno? ¿es posible ser siempre feliz, hoy igual que ayer y que mañana, con la misma intensidad, con el mismo conocimiento de nuestra emoción? Personalmente, me surgen dudas e interrogantes que, en su respuesta, se acercan más a la orilla de una felicidad que cambia, que hoy se nos muestra de un modo que probablemente sea diferente al que nos muestre mañana, pero también al de una felicidad que, cuando llega, es certera, es intensa, sincera y propia. De otro modo nos estaríamos creando, cuanto menos, altas expectativas que en muchas ocasiones superarían las posibilidades del momento, puede que ubicándose por encima de la propia realidad y haciéndonos sentir fracasados por el mero hecho de no poder alcanzarlas.
Un café a solas, un momento de intimidad, una canción que nos erice la piel y el estomago, una mirada que nos transporte, que nos lleve lejos sin mover los pies del suelo, la complicidad entre dos personas, una sonrisa a tiempo, no sentirte juzgada, un abrazo que nos sorprenda, regar las flores al atardecer y darnos cuenta de que al fin creció el brote que plantamos hace semanas, hacer algo bien, sentirnos orgullosos, estar en el presente con los cinco sentidos a punto de estallar sin pensar nada más que en el hecho de estar sintiendo. ¿No es acaso felicidad?¿No podrían considerarse momentos, instantes de felicidad absoluta, de la que hace que todo merezca la pena? Ahora sí soy rotunda, ofrezco un sí con mis cinco sentidos. Sí a permitirnos ser todo lo libres que podamos para llegar a atrapar con las dos manos todo aquello que nos hace sentir auténticos, sí a romper con cualquier estereotipo que nos marque nuestro sentir y a adoptar una mirada libre que nos permita disfrutar de lo pequeño, del momento, del instante, de la certeza de que, al menos por unos minutos, nos hemos sentido realmente plenos con nuestra realidad.
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