Opinión

Con el paso de los días… (Ángela García Salas, psicóloga)

Mi abuelo, con sus manos de tierra y uñas de nácar, me cuenta historias. Historias de hace mucho tiempo, de cuando amasaba pan en su vieja mesa, de cuando estalló la guerra, de los años de hambre, de cuán diferente es todo ahora que el tiempo ha pasado por su vida. Hay más coches que caballos por los caminos, teléfonos tan pequeños que, sin cables incluso, pueden guardarse en un simple bolsillo y también mujeres con pantalones hasta el suelo, con chaqueta, elegantes, como él dice. Entre historias y recuerdos siempre hay un pensamiento que comparte conmigo, probablemente sin concederle toda la importancia y sabiduría que yo admiro y observo en él. Despreocupadamente dice: nieta, cuando uno es joven no se da cuenta de que algún día será viejo. Y es cierto. Normalmente, vivimos nuestra vida y nuestra identidad como si el paso de los años nunca fuera a alcanzarnos, como si siempre fuéramos a tener veinte, treinta o cuarenta años, como si la ancianidad fuera algo con lo que nacer o ajeno a nuestro día a día. Bajo este prisma de lejanía, el desconocimiento, la incomprensión, los prejuicios y la falta de empatía son cuanto menos esperables.

Así, junto a todo ello, parece que a veces la sociedad equipara el deterioro biológico propio al anciano con su absoluta incapacidad, relegando a éste a un lugar pasivo y alejado del mundo social. De este modo, al ver la ancianidad como un déficit y como una declinación, podemos perder de vista que a cada edad de la vida le corresponden un conjunto de deberes, derechos, tareas y fortalezas, sin las cuales la calidad de vida, la realización y la felicidad en sí misma podrían verse fuertemente mermadas. Puede que no tengan la misma agilidad ni la misma salud, puede que apenas puedan andar sin ayuda, que se olviden de las cosas o necesiten de los demás para desempeñar las actividades de su vida diaria, pero su capacidad de amar, de demostrar su cercanía y ser recíprocos en su dimensión más afectiva permanece intacta a pesar del paso de los años. No les privemos de ello.

Es necesario detenerse a pensar en lo que significa ser mayor y haber vivido más. Significa haber vivido más que la mayoría de los seres que les rodean, sabiendo a la vez que el tiempo que les queda por vivir probablemente será menor al que han vivido. Significa haber realizado un mayor numero de acciones, haber visto más amaneceres, haber llorado más, haber tenido más ideas, experiencias, risas, encuentros y desencuentros, haber enfrentado un mayor numero de cambios sociales y colectivos. Significa haber iniciado proyectos, haberse ilusionado y desilusionado, haber experimentado el éxito y también fracasos, haber cometido y reconocido errores, haber aprendido de ellos. Ser anciano, por lo tanto, no es solo tener más recuerdos, sino también más experiencias de vida.

Por eso mi abuelo, con su mirada de agua, me cuenta historias.

NOTA: Puede enviar sus consultas o pedir cita en: angelags@diarioronda.es


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