Las horas van pasando, los atardeceres, los días, el calor y los eclipses, el tiempo, el otoño, la vida. A veces de forma tan veloz que parecen unirse la noche con el alba más calida o quizá al contrario, eternizando minutos inacabables. Sea como fuere, el tiempo nos transforma aun preservando nuestra esencia, siendo siempre el mismo ser el que cambia, el que evoluciona, aprende, el que cae, el que respira. Así, toda nuestra vida puede ser dibujada como una línea que progresa, girando sobre el papel, marcando el día a día, los acontecimientos importantes, la rutina, las etapas de puerta abierta o las supuestamente pasadas. Vamos creciendo, puede que madurando, intentando ser simplemente más felices, sonreír más y arrugar el ceño lo menos posible. Tiempo y cambios de perspectiva dentro de una misma constante: nosotros. Nosotros que hace algún tiempo éramos felices jugando a la rayuela sin preocuparnos de nada más que de nuestro día a día y nosotros que después fuimos creciendo y sumando realidades. Quizá por ello resulte tan complicado comprender tanto aquello que aun no hemos alcanzado, que no hemos vivido aun, como lo que hemos dejado atrás, olvidado por no ser demasiado importante o determinante en nuestro presente. Es decir, podemos experimentar todo un cambio intergeneracional incluso a lo largo de nuestra propia existencia, desde la infancia al momento actual. Es por ello que no debe extrañarnos el hecho de que ocurra de forma externa, o lo que es lo mismo, que los adultos no comprendan a veces a personas con más edad y que estos no entiendan a los jóvenes, a aquellos que les ha tocado vivir una vida completamente diferente a la suya, tanto en valores como en experiencias, educación, tecnología, apertura o ideología.
Ahora bien, algo común a todos ellos, al niño, al adolescente, al adulto, al abuelo, es que en el presente de cada uno de ellos cobran importancia las circunstancias personales, los problemas, las dudas, los miedos, las alegrías, los temores y las ansiedades de un modo prácticamente igual, a pesar de que, obviamente, los motivos y los objetos sean bien diferentes. Probablemente siempre nos parecerá lícito sentir lo que sentimos, al igual que siempre comprenderemos y observaremos nuestros problemas, por absurdos que puedan parecer ante la mirada ajena, como los más importantes, por el simple hecho de ser los que en el momento en el que vivimos sentimos de un modo más cercano, por ser los que tenemos. Evolucionamos, cambiamos, aprendemos y seguiremos haciéndolo a costa de nuestros errores y de la vida misma pero las sensaciones, los sentimientos, siempre serán los mismos. Etérea será la vergüenza, el amor, la pasión, los celos, la tristeza, la soledad, el miedo que siempre será miedo, ya sea a la oscuridad, a los terremotos, a la enfermedad o al propio miedo, la alegría, la compasión, la rabia e incluso la fuerza que nos impulsa a seguir caminando. Es lo que nos une, lo que nos hace humanos, iguales.
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