Opinión

Conócete, valórate, quiérete (Ángela García Salas)

Lo que somos, nuestra identidad, nuestro yo autentico, el “soy” con el que nos levantamos cada mañana y con el que nos enfrentamos al mundo de lunes a domingo no es más que una construcción que hemos ido forjando a lo largo de los años, de nuestra propia vida y de la ajena, de nuestra familia, de la sociedad en la que nos ha tocado nacer. Y es desde entonces, desde que nos topamos con la vida, cuando comenzamos este proceso de conocimiento y definición del propio ser, del yo, mio, me, soy. Desde entonces, es decir, desde nuestra propia infancia, surge poco a poco la imperiosa necesidad de, primero, identificarnos como alguien diferente a los demás, con mente propia y, después, una vez desarrollada esta autoconciencia, nos dirigimos de forma incluso inconsciente hacia la propia autoafirmación y autoestima.

Esta construcción del sí mismo requiere de una comprensión del propio yo que se basa en tres planos fundamentales: la autoestima, la autovaloración y el autoconocimiento. Autoconocimiento que nos permite saber quien somos, qué nos define, qué nos hace ser quien al menos creemos ser. Autovaloración que consigue que nos sintamos bien o mal con nosotros mismos, satisfechos, decepcionados, capaces, aptos. Autoestima, intima compañera de todo lo anterior toma de la mano dos sentimientos propios del ser humano: el sentimiento de capacidad personal – yo puedo- y el de valía -yo valgo-.

De este modo, constantemente condicionamos nuestros pensamientos, sentimientos, comportamientos e incluso nuestra propia vida a la percepción, en muchas ocasiones distorsionada, falsa, fría y desoladora de nuestro propio yo, de nuestra capacidad, de nuestra habilidad para afrontar los problemas y éxitos que se presentan en nuestro día a día e incluso el hecho de sentir el derecho de ser feliz y, por lo tanto, a buscar, defender y hacer todo aquello que nos hace vivir plenamente.

Puede enviar sus consultas o pedir cita en: gaidovar@hotmail.com


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