En estos días se están celebrando las efemérides, en los medios de comunicación nos recuerdan que hace dieciocho años de los fastos de 1992, cuando se celebraron las Olimpiadas de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla.
Junto a esto, también cumplen la “mayoría de edad” las dos mascotas que se hicieron para representar ambos eventos. Por un lado tenemos a la que representó a las “mejores juegos olímpicos de la historia” como en su día dijo el Presidente del COI Juan Antonio Samaranch (fallecido el mismo día que escribo esta columna, DEP.) pero seguramente con la mascota más fea de esa misma historia, no sólo por el nombre, aunque “cobi” no sabe nadie qué significa. De otro lado tenemos a la que representó la EXPO de Sevilla, a la que llamaron “curro” (también se comieron la cabeza buscando un nombre, aunque al menos en este caso sabemos lo que significa) que fuera nombrada por muchos también como la mejor y más completa exposición universal que se había celebrado hasta entonces, pero también tuvo un representante que era “bonito, tela” como diría algún amigo mío cuando lo vio convertido en todo tipo de objetos fruto del merchandising que tanto se da en estos tipos de celebraciones.
Así, que espero que pasen algunas generaciones de artistas y publicistas antes de darle a España la responsabilidad de celebrar otros actos de este tipo (en Madrid no paran de solicitar las Olimpiadas y la Federación Española de Fútbol quiere solicitar la Eurocopa y hasta el Mundial de balompié) ya que con los que tenemos actualmente puede saltar de nuevo la frase que mi madre dijo cuando vio ambas mascotas y lo repite ahora cada vez que las han vuelto a poner en todos los sitios:
“Pero ¿qué carajo es eso, Dios mío de mi alma?”