La luz que entra ahora por el hueco que me deja ver entre las montañas no es la de antes. Esa luz que entra hasta donde antes sólo se insinuaba, llega al fondo de todo y de todos. Quiere llegar hasta donde nunca lo hizo, quiere apoderarse de todos los espacios que estaban sombríos.
Los colores te asombran. El almendro ya ha perdido la flor que este año tanto tardó en aparecer. Los pinos han cogido el color que hace años no tenían y su verdor casi invade el resto del paseo. Es un verde que no tiene nada que envidiar al de los olivos que se ven detrás. Esos olivos que ya han dado sus frutos y están recargando pilas para el próximo otoño. El color de la tierra se mezcla con el del tronco de esos árboles ese color que hace que parezca más verde lo verde, aunque este año no haga falta.
Las hierbas están en su esplendor, poco a poco han ido saliendo. Les ha costado, pero ya está todo lleno de ese color que tanto nos gusta, ese color que hace que el corazón se abra hasta recibirlo en lo más profundo.
Los olores te demuestran que es así, que ha llegado. Los rosales desprenden un olor que sólo es superado por el azahar de los naranjos que, aunque están más lejos, invaden el terreno que les corresponde a las demás flores.
Te has hecho de rogar, es cierto que despertarás muchas alergias, pero también muchas alegrías. Alteras la sangre de todos. Eres como esa muchacha que apenas despereza, pero ya has llegado, te ha costado pero ya estas aquí jodía primavera.